El diálogo ha sido extraído del capítulo VI de "Viento de furioso empuje"
Yunán dudó, su amigo
no le prestaba mucha atención, llevaba la mirada clavada en el horizonte y diríase
que tenía el pensamiento en otro lugar. Pero Abdelaziz, demostrando que sabía
atender aunque se mostrase ausente, le apremió con un gesto para que
concluyera.
-... Quería decir
que lo más probable, a mi entender, es que Saijún fuese aquel individuo que se
acercó a nosotros y nos habló del peligro en la zona de los morones.
-Pero si aquel hombre parecía un sirviente
casi harapiento... ¡Lo ves, ya me has provocado! No te he dicho que no quería
hablar del asunto —Abdelaziz acabó riendo—. ¡Desde luego, a mí me convence
cualquiera!
-Ya sabes, Abdelaziz, que he viajado durante
bastantes meses por las regiones persas. Allí escuché un aforismo que no me
resisto a dejar de narrarte y que viene a cuento de mi deseo de conversar y tu
interés en no hacerlo. Dice así: “Una mano suave puede guiar a un elefante atado
a un cabello”.
El hijo de Musa
soltó la risotada de costumbre y su respuesta fue inmediata:
-Comprendo, Yunán, comprendo. El elefante
soy yo, incluso el peso no me falta; tú eres la mano suave, al usar frases
medidas. ¿Y el cabello? ¿Qué representa aquí al cabello?
-Creo que el cabello es, en este caso, el empeño
en rebatir mi razonamiento para que prevalezca tu opinión. Nos pasa a todos, principalmente
cuando no damos el brazo a torcer y convertimos la obstinación en el cabello
del que puede tirarse.
-¿Crees que Saijún era
el viejo harapiento?... ¡Razónalo de manera convincente o dejaré que tu montura
viaje cien pasos delante de la mía!
Yunán reparó en que
Abdelaziz había usado una especie de amenaza ficticia, excedida aposta y en un tono
ampuloso para que se advirtiera su intención de no cumplirla.
-Hablas del sirviente
harapiento y le descartas para ocupar el puesto de Saijún. Pues bien,
precisamente por verle desaseado, más que harapiento, considero que reúne los
requisitos necesarios para que sea el hombre que buscamos. Veamos, además de un
malvado, ¿quién se supone que es Saijún? La respuesta es simple: Un vehemente
buscador del libro. Ahora te pregunto:
¿Observaste el aspecto de abandono en Nacor y en sus ayudantes? ¿Reparaste en
los abundantes pliegos con restos de alimentos que había en la gruta?
-Sí, sí, todo eso lo advertí —respondió
presuroso Abdelaziz.
-Pues entonces está claro, ¿no?
-No, no hay nada claro.
-A mi modo de ver no puede ser más sencillo,
el que consagra su vida a la pesquisa del libro, que sería el caso de Saijún, apenas dedica tiempo a las
necesidades de su propia persona. En tales circunstancias, podría decirse que
todas las horas son pocas para utilizarlas en la actividad principal: la
búsqueda. Comúnmente, amigo mío, suele ocurrirles lo mismo a cuantos practican
una labor que enardece, sea el arte, la guerra, la religiosidad..., el tiempo
no cuenta ni existe para ellos fuera de su apasionante dedicación.