Hace más de un mes que ofrecí
en mi blog el capítulo I de la novela. Aún sigue colgado aquí para los que me
visiten por primera vez. Pues bien, a partir de hoy y durante un tiempo, quizá
semanas, voy a ir insertando un par de párrafos destacados de cada capítulo. Son
44 los capítulos en que se divide "Viento de furioso empuje", de modo
que hay de donde extraer material para que los visitantes de este blog se hagan
una idea del texto que van a encontrarse si finalmente se deciden a adquirir la
novela y, por supuesto, a leerla. Muchas gracias, amigos.
El texto que sigue a la imagen pertenece al Capítulo II, El oasis
Yunán aguarda en el
zoco la llegada de Abdelaziz:
Contagiado al fin de un ambiente donde al vocerío de quienes ofrecían lo
más ventajoso, a precio inigualable, se sumaba el regateo no menos estridente
de quienes pretendían dejar esos precios en un tercio de lo pedido, Yunán se
entregó a la agitación vocinglera del lugar y se dedicó a examinar las
novedades del bien surtido mercado de la capital omeya. No obstante, mantuvo un
ojo más allá de su entorno por si veía a Abdelaziz.
Cuando habían transcurrido unas dos horas de su llegada al mercado y Yunán
comenzaba a estar harto de saludar conocidos, que se arrimaban a él, sobre
todo, para que terciase ante su padre. Cansado en igual medida de ingerir
alguna que otra escudilla de alimentos guisados Dios sabe cómo, de presenciar
competiciones de alquerque, de hojear libros que invariablemente, así eran
pregonados, contenían todo el saber de este mundo, de esquivar azacanes que
ofrecían la más fresca de las aguas, de rechazar no sin dificultad a una
patulea de vendedores ambulantes de toda especie, entre los que se mezclaban
limosneros de oficio y alcahuetes arrimadizos... Y justo en el instante, ya a
las afueras del zoco, en que iniciaba una sarta de reproches hacia sí mismo
por no haber concretado más la cita, Abdelaziz apareció a lomos de un
magnífico caballo que manejaba con destreza mientras tiraba de las bridas de
una segunda montura, también de buena planta, que le ofreció sonriente.
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