Inicio del capítulo X de "Viento de furioso empuje"
Entre uno y otro fondeadero, donde se hacía
preciso recalar tan pronto como la luz del sol iniciaba su declive y anunciaba
la encalmada del viento, diez y ocho días invirtió el Yerba en realizar la
travesía hasta Cartago. Fueron unas jornadas en las que el mayor aliciente
consistió en departir con Idulfo acerca de Hispania, exuberante tierra de vides
y de olivos que a cualquier viajero árabe que la pisara, máxime si se mostraba
propenso a conocer otros pueblos, le suponía el estímulo adicional de haber
alcanzado el extremo occidente de la Tierra Grande.
Desde una posición bastante cercana a
Cartago, calculada por el capitán Tartús en unas tres horas para el atraque en
el puerto, Yunán no pudo evitar repasar en su mente lo que conoció pocos años
atrás sobre el mal proceder del emir Hassán ben Naamán, cuyas nefastas secuelas
le habían sido confirmadas por su amigo Abdelaziz.
A partir de la embocadura del puerto
comercial, de planta rectangular, Yunán percibió las primeras muestras de
desolación en el lado de tierra: Cientos de edificaciones con restos ennegrecidos
de incendios que más de una década de lluvias no habían disimulado del todo, a
lo que se añadía un estado ruinoso generalizado y era cuanto quedaba de la
majestuosa capital del exarcado bizantino de África. Pero ahí no concluyó la
desolación, según avanzaba el Yerba a través del canal que debía conducirles al
puerto militar, de trazado admirable por su forma circular con una isla
central artificial, observó una destrucción aún mayor hacia el lado norte de la ciudad: Las
casas ubicadas en unas calles rectilíneas, paralelas a la costa, habían sido
transformadas en incontables lomas de escombros. “¡Maldito sea quien no
distingue entre adversario y enemigo! ¿Cuándo
amainará este viento de furioso empuje que nos ha llevado a los árabes, un
pueblo de naturaleza hospitalaria, a la conquista de tres continentes y treinta
reinos? ”.
El hondo desánimo ocasionado en Yunán por el
impacto visual de la ciudad arrasada le obligó a una idea evasiva en la que
refugiarse: Precisaba conocer a través del libro el destino de la nación árabe
y de la fe que difundía espada en mano, a veces con semejante atrocidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios están moderados. Aparecerán a la mayor brevedad.