El diálogo ha sido extraído del capítulo VI de "Viento de furioso empuje"
-Parece mentira,
Abdelaziz, que no te importe demasiado que más de la mitad de esa comida se
pudra antes de que lleguemos a Kairuán. Aunque has escogido vituallas de larga
duración, algunas de las cuales parecen caprichos destinados a los niños, una
parte de lo que transportamos no huele ya demasiado bien. Y sólo han pasado
tres días desde nuestra salida de Damasco. Incluso es posible que acabemos
comiendo algo corrompido que nos produzca un trastorno de vientre.
-En el carro todo
huele como corresponde, sólo algún faisán atufa un poco, pero en cuanto se
desplume, se vacíe y se enjuague a conciencia yo seré el primero en saborearlo.
Es más, precisamente en los barcos se come fatal y he padecido en mis tripas
más de un serio desbarate. ¡Si lo sabré yo!, que he realizado diez o doce veces
este viaje y siempre he pasado hambre o mal de panza.
-Mi padre tendría
que oírtelo decir, aún recuerdo la expresión de su rostro cuando en la cena que
nos ofreció diste cuenta de medio cabrito y un centenar de exquisiteces —respondió
Yunán, deseoso de una charla intrascendente con su amigo.
-Yo también recuerdo sus gestos —secundó
Abdelaziz, con una sonrisa pícara que puso en guardia a Yunán respecto a las
frases que seguirían—. Ahora bien, seamos sinceros, el cabrito propendía a
palomo de tan pequeño que era. Durante la cena deduje que a lo sumo se trataba
de un cabrito nonato al que incluso, valorando su tamaño, le busqué las alas
para descartar que estuviese comiendo ave subrepticia. Suerte que no las
encontré, de ahí que me decidiese a seguir picoteando entre esos otros platos
que tú, con verdadera malevolencia, los acusas de contener exquisiteces. Eso
sí, en pago a mi necesidad natural de saciar el hambre, estuve a punto de
extraer de mi bolsa algunas de esas monedas visigodas que conocemos y
ofrecérselas a tu padre. Incluso había estudiado unas palabras que al final no
me atreví a pronunciar para no ofenderle: “Toma, Sufián, dile a tu hijo que
compre un rebaño y os coméis los cabritos a mi salud. No quisiera sentirme
culpable de dilapidar en una simple cena todo vuestro patrimonio”.
Abdelaziz transformó la sonrisa inicial en
una carcajada de diversión. Yunán no pudo por menos que reírse igualmente ante
un discurso sacado de quicio que eludía por completo la realidad de una cena
espléndida.
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