El siguiente diálogo corresponde al capítulo III de "Viento de furioso empuje":
-Podría ocurrir que llegáramos a tener el libro en las manos
y no supiéramos identificarlo. ¿Cómo saber cuál es el libro que buscamos?
-Dicen que está
compuesto de numerosas ilustraciones y texto, y que en cada una de sus haces o
láminas, en el margen superior derecho, lleva punteado a buril el tetragrámaton
judío que representa la palabra Dios.
-Eso que comentas no
parece muy lógico, para los hebreos está prohibido representar el nombre de
Dios e incluso citarlo de viva voz fuera de la oración.
-Puede que sea así,
pero según Nacor el tetragrámaton figura en cada una de las páginas del
libro, y orlado con rama de olivo en oro…
-Y el tamaño, ¿se
sabe cuál es?
-Lo desconozco, si
bien tengo entendido que es un libro con hojas de vitela finísima o membranas,
aglutinadas y acabadas en tono hueso, cosidas entre sí con hilos de seda por
los márgenes y enrolladas sobre un eje de bronce con extremos en forma de pomo.
Dispone de numerosas columnas de texto a razón de una o dos por cada hoja,
según contengan dibujos o pinturas al encausto. El libro se halla cerrado
mediante un marbete rojo que lo envuelve y lo precinta, donde se anotó que fue
forjado por encargo del Altísimo, loado sea. Arranca en sus primeras láminas
con la creación del ser humano, comenta la época de los pueblos más antiguos,
las ciudades, los primeros imperios… Son láminas de información exhaustiva,
fáciles de repasar y descifrar para quien domine el idioma de los judíos, no
obstante haberse usado un hebreo pretérito. Y cuenta Nacor que, según le
dijeron a él, al abordar nuestros días apenas has comenzado a leer, pues quedan
inéditas miles de láminas, soldadas entre sí e imposibles de despegar hasta que
no has leído palabra a palabra todas las anteriores. Y dicen también, ¡he ahí
lo más asombroso!, que al intentar leerlo jamás llegas al término. En una
ocasión me comentó Nacor que hicieron falta seis bueyes para arrastrar la
carreta que transportó el libro
desde el palacio de Salomón hasta el templo de Jerusalén. Como puedes deducir,
el rey sabio se mostraba favorable a las obras voluminosas, quizá porque así se
aseguraba el respeto escrupuloso hacia su encargo divino: nadie desearía leer a
fondo y desde la primera página semejante mamotreto. ¡Ja, ja, ja…! —Abdelaziz
concluyó con una risotada
-En mi opinión, lo
de la lectura imposible sin haber leído previamente cada palabra anterior o lo
de los seis bueyes que se precisaron para transportar el libro, entre otros detalles
chocantes, son exageraciones que han ido agrandándose con el paso de los
siglos. El mismo Nacor no debía creer tal historia y tú me la has contado
engarzada con tus propias carcajadas de incredulidad. Más bien presumo que se
trataba de un simple carro de dos ruedas tirado por un borrico, que a
intervalos, en los tramos cuesta abajo, montaba el aprendiz del carretero para
frenarle el ímpetu al animal —exageró a su vez Yunán, sonriente y contagiado de
la risa bonachona de Abdelaziz.
-Así es, amigo mío,
ciertos datos, por ejemplo la historia de los bueyes, no puede creerlos nadie.
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