VIENTO DE FURIOSO EMPUJE

VIENTO DE FURIOSO EMPUJE
Alegoría de la batalla de Guadalete, julio de 711 - Autor del lienzo: J. M. Espinosa

lunes, 5 de octubre de 2020

Muy agradecido por vuestra confianza


Amigos, muchas gracias a todos por aguantar mis notas publicitarias de la 2ª edición de "Viento de furioso empuje", con agradecimiento especial a los que la han adquirido en Amazon. Sé que se va vendiendo porque estos señores de Amazon son formales y de vez en cuando me ingresan en cuenta lo que ellos denominan "regalías". Así que animaros los que estéis dudosos en hincarle el diente a un ejemplar, sea impreso en tapa blanda, en una buena edición de 563 páginas, sea en formato Kindle, de fácil lectura incluso en un móvil de poco tamaño. Creedme si os aseguro que no os defraudará. 

Como anticipo, os informo de que estos días de confinamiento me he dedicado a documentarme a fondo y a comenzar a escribir la segunda parte de "Viento de furioso empuje", cuyo título provisional es "Más allá de Toledo", ciudad clave en el desarrollo de la aventura árabe en Spanía, como así la denominaron antes de llamarla al-Ándalus. No obstante, añado que sobre "Más allá de Toledo" tan solo llevo escritas unas 120 páginas, de modo que os sugiero que hagáis como yo, con perdón, y os acojáis al “dios de la paciencia”.

En esta segunda parte se aclaran muchos de los enigmas que quedaron en el aire, incluso se le da un nuevo impulso a la cuestión de fondo más valorada por quienes han leído la obra: el canto a la amistad y la lealtad que se desprende del comportamiento en sus personajes principales, fin último de un relato que quise ubicar en una época, siglo VIII, donde en Hispania se respiraba mucha rivalidad y en no pocas ocasiones el mayor odio, de ahí que el afecto entre personas de distinta raza y religión cobre un gran valor cuando se justifica con los argumentos necesarios.  

viernes, 31 de julio de 2020

Párrafos destacados (y 46)


Finalizo aquí la serie de “Párrafos destacados” sobre la novela “Viento de furioso empuje” (Amazon, tapa blanda y Kindle). Son 49 los capítulos que componen la obra y no quiero cometer el error de desvelar antes de tiempo un final que, al decir de algunos lectores, resulta sorprendente y deja con ganas de seguir leyendo. Lo que si quiero reafirmar es mi agradecimiento a cuantos hayan leído esta serie en cualquiera de los medios donde se ha ido insertando: blog y redes sociales. Un saludo cordial.

Capítulo XLVI. Écija

     La llegada a las proximidades de Écija propició cierta inquietud entre los componentes de un ejército rifeño que habían ido sumando, durante los días de marcha libres de acoso hispano, un descomunal volumen de rutina y aburrimiento, estado de ánimo en el que un guerrero se interesa más en no perder la comodidad del sueño apacible, así como de los alimentos asegurados, que en la recuperación de cuantas virtudes y habilidades, sumadas al coraje, conceden nuevas victorias.
     Camino de la tienda del rais, Yunán percibió a través de los numerosos comentarios oídos al paso, e incluso de alguna pregunta que le fue formulada directamente, que los guerreros comenzaban a recobrar la tensión y aguardaban las decisiones que aquella noche se adoptasen, donde se definiría el  tipo de estrategia que iba a practicarse ante unos vitizanos de lo más escaldados por el resultado de la batalla en Sidonia, tan contrario a los planes de la facción goda, ya que el ejército de Tariq no solo resultó poco menos que intacto, cuando habían previsto que se desangrase junto al de Rodrigo, sino que en las últimas jornadas fue sumando miles de voluntarios entre los disconformes con el proceder de la monarquía visigoda. Se trataba, pues, de un sentimiento de agravio como consecuencia del maltrato dado a los judíos, pero también a un buen número de hispanorromanos.  
     Yunán se acercó a la tienda de Tariq, cuya dimensión era mucho más reducida que la usada en Alcázarseguer. El agareno observó que el aposento se hallaba rodeado a cierta distancia de una nutrida guardia y que no había ninguna otra tienda cercana desde la que pudiera escucharse cuanto hablasen el jefe islamita y sus aliados. El dispositivo de seguridad no acostumbraba a ser tan estricto, un detalle que le confirmó a Yunán que en la reunión se plantearían los pormenores de la siguiente batalla y que Tariq pretendía, además de proteger a los reunidos, impedir que algún voluntario hispano de última hora llegase a conocer sus planes y fueran revelados a los vitizanos de Écija.

lunes, 27 de julio de 2020

Párrafos destacados (45)


Nueva entrega de párrafos sobre la novela histórica “Viento de furioso empuje” (a la venta en Amazon). Hoy se refieren al capítulo XLV, donde los protagonistas especulan a diario con el hallazgo de un carro lleno de oro y plata que desapareció en Guadalete y sobre el que llevan varias jornadas tratando de discurrir el modo de hallarlo. ¿Razón para semejante interés en encontrar el tesoro? Que no se produzca el enfrentamiento dentro de las diversas facciones del ejército y se malogre la aventura en Hispania.

Capítulo XLV. La salamanquesa

     Desde el caserío de Bornos otras tres jornadas más fueron precisas para que el ejército de Tariq se acercase a la ciudad de Écija, refugio de un fuerte contingente vitizano al que cada día se agregaban nuevos combatientes que iban convirtiéndolo en una milicia muy estimable.
     Algunas poblaciones importantes no muy alejadas de la ruta, como Osuna o Morón, semi desguarnecidas a consecuencia de su aporte de voluntarios a Écija, fueron ignoradas adrede en el avance del áscar rifeño. En la primera de ellas influyó el respeto que inspiraba la fortificación situada en un cabezo cercano a la urbe, cuyo asalto hubiera supuesto largo tiempo de asedio y la posible pérdida de buen número de hombres. Y la segunda ciudad se soslayó igualmente al no ofrecer un gran peligro para la retaguardia, dado que gran parte de la población que había decidido quedarse era de ascendencia hebrea y simpatizaba con la gente de Yaidé, así como con otros muchos voluntarios del mismo origen étnico que fueron añadiéndose a una marcha que debía concluir en Toledo, donde se proponían derogar la ley que permitió el abusivo reinado de Rodrigo con los judíos hispanos.
     Durante los días de viaje, Yunán, Policronio y Hareb hablaron en más de una ocasión del carromato del tesoro en poder de Bogud. En sus conversaciones llegaban siempre a la conclusión de que era imposible que ese carro, de grandes dimensiones, se encontrase integrado entre los de la expedición rifeña. Los tres practicaban una suerte de rutina diaria a partir de cada atardecer, apenas llegados al lugar donde la avanzadilla del ejército les reservaba un espacio para que se instalasen. Primero asignaban el servicio de vigilancia para la noche, siempre polémico a causa de que Limán quedaba exento no fuera el caso de que Policronio le necesitara en sus merodeos por el campamento. Seguían con una cena caliente preparada por Hamid, ya que durante el día comían lo primero que pillaban. Cena que resultaba exenta igualmente para Limán debido al veto de Policronio, que negó su presencia mediante una frase rotunda: «Come mucho y no aporta nada al tema que más interesa». Como postre, se dedicaban a deambular en parejas durante una o dos horas por el nuevo asentamiento del ejército, entrada ya la noche y haciéndose los distraídos, como si paseasen. Eso sí, relevándose de dos en dos, no fuese que por buscar un tesoro se corriera el riesgo de acabar perdiendo el propio.

jueves, 23 de julio de 2020

Párrafos destacados (44)


En la novela histórica “Viento de furioso empuje” (a la venta en Amazon) se describen numerosas peripecias, algunas de ellas humorísticas, que aseguraría amenizan lo suficiente al lector y evitan que éste se encuentre con esas páginas aburridas que, cuando abundan en una obra, hacen que el libro se te caiga de las manos. Por otra parte, quisiera aclarar que en esta sección de “Párrafos destacados” suelo incluir el inicio de cada capítulo, de ahí que el humor se halle ausente, pero no demasiado alejado a poco que se avance en la lectura.

Capítulo XLIV. El retrato de Mahoma

     Yunán siguió el camino del río durante otro buen trecho y hubo un momento en que se encontró solo. Los guerreros no se habían acercado hasta aquella zona, demasiado alejada del campamento, y las pocas hogueras que aún alumbraban se advertían a unos cientos de pasos. Valoró la situación: O seguía caminando con dificultades en la oscuridad, apenas rota por una luna que iniciaba su fase menguante, o se decidía a volver para confirmar si Hareb había tenido mejor suerte. Entre dudas, el joven árabe resolvió acercarse al río para refrescarse un poco y observó que en la orilla había un surco producido por la quilla de una barca. El descubrimiento le hizo mirar con atención hacia la otra ribera, donde le pareció distinguir una pequeña luz entre los árboles.
     Yunán no se lo pensó dos veces, se despojó de una parte de la ropa, que ocultó como pudo, y se adentró en el Guadalete. El curso del río era bastante ancho en aquel paraje, poco profundo y de aguas muy tranquilas. Solo precisó nadar en un tramo de unas treinta brazas, el resto del cauce lo cruzó a pie. Antes de llegar a la orilla opuesta, alertado por el murmullo de unas voces, volvió a introducir su cuerpo en el agua y observó la barca, que se hallaba varada y custodiada por tres guerreros. Se acercó un poco más y escuchó cómo aquellos hombres departían en lenguaje beréber con marcado acento gumara.
     Yunán decidió desplazarse a la derecha y salir del río a cierta distancia de aquellos hombres. Tomó barro de la orilla, de aguas más estancadas en esa zona, y se frotó la parte del cuerpo que llevaba descubierta, insistiendo en el rostro. Se quitó los calzones, los escurrió y asimismo los embadurnó de barro. Sólo quedaba adentrarse en el bosque, localizar a quienes usaran la antorcha y esperar a que no se hubiesen reunido allí para tratar algún asunto insustancial de los muchos posibles.

sábado, 18 de julio de 2020

Párrafos destacados (43)


En el capítulo XLIII de “Viento de furioso empuje” (a la venta en Amazon, tapa blanda y Kindle) se describe la llegada a la aldea de Bornos, a medio camino entre Guadalete y Écija, escenario de la siguiente gran batalla. En la obra comienza a adivinarse que se acerca el desenlace, punto en el que los enemigos de Yunán y Tariq han sido descubiertos y se les aguarda prevenidos para darles su merecido en la siguiente maldad que practiquen.   

Capítulo XLIII. Bornos

Igual que si se hubiesen citado exprofeso para iniciar un devaneo, la noche y los carros del tesoro se reunieron en Bornos. En realidad, primero llegó la noche, ardiente y remolona como las afectas al mes de julio, sus sombras le ofrecieron a Yunán la oportunidad de contemplar una llanura[1] salpicada de hogueras destinadas a la iluminación del ejército y a preparar cualquier carne que pudiera asarse.
     Cada hoguera de las márgenes del Guadalete, así se acreditaba al verlas de cerca, permitía la concurrencia de un buen puñado de guerreros rifeños que comían alejados del fuego o habían comido ya y ahora bailoteaban, departían o practicaban cánticos cuyos rumores se trasladaban hacia la cumbre de una colina cercana. Allí, en lo alto, de lo más aturdidas en una velada de insólito bullicio, surgían dos docenas de casas que miraban al valle y que se dispersaban a las afueras de un caserón mal amurallado que tampoco perdía de vista el ajetreo nocturno.
     Poco antes de entrar en Bornos, el agareno y los suyos fueron interceptados por la guardia de Tariq, que les abrió paso a través de un camino muy concurrido, ceñido a la orilla del río y que, a juzgar por el nutrido discurrir a barullo, lo usaba medio ejército para ir en busca de agua o para dar de beber a las caballerías, sin contar que no pocos guerreros lavaban sus cuerpos o sus ropas en otra zona algo más alejada corriente abajo.
     Al final del camino, que recorrieron no sin esfuerzo y algún conato de disputa con quienes debían echarse a un lado para dejar paso, la expeditiva guardia del rais acabó conduciéndoles hasta el pie de la colina, donde un oficial mantenía reservado el lugar apropiado para que los carros del tesoro se instalasen distanciados del ir y venir de la muchedumbre.
     Llegaron tarde y fatigosos, de mal humor. En la primera jornada de marcha se habían producido unos cuantos incidentes que afectaron sobre todo a Policronio. Por si no hubiese bastado tanta peripecia, los hombres de Zaide acabaron alcanzándoles cerca de Bornos y hubo sus más y sus menos con ellos. Yunán, que al ver llegar la mezcolanza aconsejó prudencia, no pudo evitar que entre la masa de retaguardia surgiera alguna que otra voz disimulada, sin rostro, que injurió cuanto pudo: «¡Ladrones, parte de lo que ahí lleváis es nuestro! ¡Dadnos un carro! ¡Se nota que tenéis demasiado miedo a ser pobres, que os aproveche vuestra codicia!».
     A las injurias, mal reprendidas por los oficiales de Zaide a juicio de Policronio, no faltaron réplicas con frases vejatorias de similar índole: «¡El valor y la ganancia van unidos!, ¿qué demonios habéis ganado vosotros? ¡Enseñadnos vuestras heridas! ¡Preguntadles a los muertos cuál debería de ser vuestra parte!». De modo que Yunán, que acabó pidiéndole a Zaide que hiciese un alto para evitar males mayores, así que pudo juntó las carretas en el lugar de acampada, montó la guardia alrededor e instruyó a sus hombres para que no deambularan por el valle en busca de este o aquel amigo. «Nada de sumarse a los cánticos y a la bulla —fue la consigna—, nuestro trabajo consiste en velar por los bienes de la Umma, el trabajo de los que ahora cantan o se divierten llegará mañana o cualquier otro día en las batallas que deban librarse».



[1] Llanura: La llanura del relato se corresponde en la actualidad con el embalse de Bornos. Hay quien sugiere que en dicha llanura se libró la llamada batalla de Guadalete, si bien no parece demasiado acreditado.

martes, 14 de julio de 2020

Párrafos destacados (42)


El capítulo XLII de la novela “Viento de furioso empuje” (Amazon) relata diversas peripecias que se suceden a lo largo de una calzada romana, casi en desuso a causa de su lamentable estado, que los integrantes del ejército de Tariq decidieron usar sin que se haya llegado a conocer la razón. Los miles de hombres iban maldiciendo a cada paso que daban, mientras que el calor tórrido de julio mortificaba sus cuerpos.  

Capítulo XLII. La calzada

Según avanzaban las horas, tórridas y calmas de brisa, la calzada iba estropeándose sin disimulo alguno. Yunán y sus hombres, que llevaban algún tiempo circulando a buen ritmo y habían recuperado casi todo el terreno perdido, se adentraron en otro condado[1] donde era evidente que el vicario comarcal no había puesto nada de su parte para corregir los muchos defectos de la vía, en la que comenzaron a aparecer numerosas grietas y desigualdades, cuando no algún hundimiento atribuible a las lluvias recientes, que impedían se circulase con facilidad. Y en las zonas que se conservaban más intactas, como si la adversidad tratara de impedirles la entrada en el territorio, los carros que les precedían habían ocasionado profundas rodadas en un camino de tierra que en su tiempo fue empedrado y que ahora, transformado en el más notable ejemplo de la prolongada desidia del vicario, utilizaban solo quienes no tenían otra opción.
     Las condiciones de una calzada venida muy a menos, en resumidas cuentas, determinaron que fuese ineludible avanzar maltratados, de ahí que los viajeros escogiesen a menudo echar pie a tierra y caminar un buen trecho con la intención de dar una tregua a sus desencajados huesos; eso sí, adaptando la marcha al paso de buey de toda una expedición compuesta de más de veinte mil personas. A semejantes incomodidades, capaces de soliviantar a cualquiera que las hubiese soportado en horas de tanto bochorno, se sumaban las pestilencias de los numerosos cagajones de la caballería, del orín secretado por tantos miles de cuadrúpedos y de los restos de alimentos abandonados por los innumerables guerreros que marchaban delante, a quienes la comida, podrida a causa del sofocante calor[2], se les estropeaba en las manos.
     Dos caballos desbocados, asustados por alguna razón y llevados del instinto de volver al último establo, cruzaron raudos entre el grupo de Yunán y bien poco faltó para que ocasionaran una desgracia irreparable. Uno de los animales chocó con un costado de la primera galera y estuvo a punto de volcarla al coincidir en que se hallaba algo inclinada al penetrar en una rodada, suerte que Limán interpuso su enorme montura de batalla y evitó que el choque fuese mayor. Con todo, el carro donde viajaba Policronio permaneció unos instantes con dos de sus ruedas en el aire.
     El susto fue tremendo, Pieles saltó del pescante, arrolló un buen tramo de boñiga y se lastimó el hombro. Limán cayó de su montura, quedó sujeto al estribo y fue arrastrado de bruces en medio de la inmundicia. Y Policronio, que acababa de subir a la trasera del carro para interrogar desde allí a unos hombrecillos que ya consideraba maduros después de tan larga caminata, rebotó a la vía tras acoger en pleno rostro el impacto de una jarra que viajaba suelta y que le dejó un ojo amoratado. Los enanos, no obstante, fueron quienes recibieron la peor parte del encontronazo, puesto que salieron despedidos a la cuneta, donde se precipitaron contra una gran mata de ortigas moheñas y acabaron su trayectoria, al estirarse la cuerda con la que iban atados, amorrándose a los restos podridos de unas docenas de aves desplumadas que algún cocinero, carente de olfato y poco previsor respecto a la sal[3], había abandonado deprisa y corriendo antes de que sus comensales lo ejecutasen tumultuariamente.


[1] Condado (condado-civitate): Se trata del territorio que conocemos como provincia-condado para distinguirlo de la provincia-ducado. La división territorial visigoda fue básicamente la misma que la romana, si bien se crearon condados a partir de la autonomía progresiva de algunas ciudades y su entorno. A su vez fueron desaparecieron las demarcaciones territoriales romanas denominadas conventos jurídicos. Un ejemplo de provincia-ducado sería la Bética, que en la época de Augusto comprendía 175 ciudades y estaba dividida en cuatro conventos jurídicos con capitales en Sevilla, Écija, Córdoba y Cádiz, las cuales pasaron a ser sedes, ya en época visigoda, de sus respectivos condados, a cuyo frente se situaban un conde, un juez o un obispo, siempre dependientes del duque de la provincia, que se instaló primero en Córdoba y más tarde en Sevilla. Los condados, a su vez, estaban divididos en territorios menores llamados vicus (equivalentes a comarcas), regidos por un legado que ostentaba el título no hereditario de iudex vicarius.

[2] Calor: La escena transcurre a finales de julio, no lejos de Écija, apodada “la sartén de Andalucía”, zona donde se llegan a alcanzar temperaturas cercanas a 50 grados centígrados en esa época del año.

[3] Sal: En la época que nos ocupa, la sal era un componente esencial en la conservación de los alimentos. Muchas de las epidemias de la edad media se originaron tras una escasez de sal, de ahí que en las grandes ciudades, como Damasco, existiese un mercado exclusivo para la venta de sal.

viernes, 10 de julio de 2020

Párrafos destacados (41)


En el capítulo de hoy de “Viento de furioso empuje” (Amazon), se describen algunas de las peripecias de Policronio, un personaje dicharachero y revoltoso que complementa a la perfección, a causa del acusado contraste, al resto de los personajes más significados. Algunos de mis amigos que han leído la novela dicen que la irrupción de Policronio en la obra se corresponde con los pasajes más divertidos. Uno de esos amigos, Rafael Guerra, afirma en su crítica: “Viento de furioso empuje” destila también un estimable sentido del humor que en ocasiones puede provocar en el lector franca carcajada.

Capítulo XLI. Uvas pasas y apolilladas

     Los carros del tesoro continuaron la marcha durante más de una hora. Policronio escuchaba a veces, sobre todo en los últimos instantes, ciertos rumores o frases de reproche que se dirigían los hombrecillos entre sí y que creía motivadas por el cansancio de una gran caminata a buen ritmo. Cuando a sus oídos llegó clara la expresión de uno de los enanos: «¡Qué culpa tengo yo de todo esto!», el bizantino despertó de la consternación provocada por el compromiso de abandonar la bebida y, sobre todo, del roce habido con su patrón. Así que se animó un poco, se estiró para desperezarse del duro asiento de la galera y justo en ese instante, al sentir una punzada en el cuello, reparó en que lo llevaba vendado.
     El descubrimiento hizo que Policronio saltase del carro, montara en su caballo, que aún permanecía atado junto al pescante, y se dirigiera hacia la cabeza de la columna, donde cabalgaba Yunán, al que le preguntó intrigado.
     —¡Yunán, estoy herido en el cuello! ¿Tú sabes qué me ha pasado? ¿Por eso dijiste que no me enteraba de las cosas que realmente ocurrían? ¿Tiene alguna relación con los enanos? ¡Antes no me has dicho por qué van atados! ¿Qué pasa aquí?
     Yunán había advertido a lo lejos el decaimiento de Policronio durante la última hora y, aun así, prefirió no alentarle. Debería ser él mismo, con esfuerzo de carácter, quien superara las consecuencias de su promesa. Ahora, ante el manojo de preguntas que su amigo le formulaba, disparadas todas al unísono según costumbre, llegó a la conclusión de que comenzaba a recuperar su talante habitual de querer saberlo todo en el acto y al dedillo. Casi había vuelto a la normalidad, al menos por el momento.

domingo, 5 de julio de 2020

Párrafos destacados (40)


Al llegar al capítulo XL de “Viento de furioso empuje” (a la venta en Amazon, tapa blanda de 563 páginas en una gran edición por 16,34€ y Kindle por 3,55€, aplicación de muy fácil lectura en lectores de libros o en cualquier tipo de móvil), podremos averiguar el recorrido que utilizó el ejército de Tariq para llegar a la ciudad de Écija, donde se había refugiado el ejército de los vitizanos. Al mismo tiempo, tendremos ocasión de disfrutar de las mil y una peripecias que precisó afrontar Policronio para no salir maltrecho ante tres hombrecillos ataviados con hábitos de fraile.

Capítulo XL. Los frailecillos

     Tariq anunció a su ejército el inicio de la marcha hacia el interior del reino hispano. Ante la decisión de prolongar la aventura se establecieron dos facciones claramente desiguales. De un lado se situaron los partidarios de volver a África, satisfechos con los bienes alcanzados; del otro, mayoritario y ávido —que la codicia jamás sacia su voraz apetito—, se apostaron quienes apetecían un bienestar que presentían ilimitado y que acaso concluiría en opulencia.
     La de Hispania era una tierra como jamás habían soñado. Aun cuando se hablaba de que la llegada coincidía con tiempos de penuria, lo cierto es que se descubría riqueza por doquier. Fuese por las lluvias tardías de primavera, fuese por los incontables arroyos y ríos, los campos permanecían verdes y pródigos, ofreciendo sus frutos de verano a quienes desearan alcanzarlos. Incluso el abundante ganado que los rifeños observaban a su paso, con frecuencia disperso entre los encinares o el mar de olivos, retozaba mansamente o sesteaba tras cada bocado de herbaje.
     Guiados por hombres de confianza, conocedores del territorio y extraídos muchos de ellos de las comunidades judías, el ejército de Tariq, que para entonces sumaba varios miles de voluntarios resueltos a eludir la férrea servidumbre al amo godo o al magnate hispanorromano, comenzó a seguir una vieja calzada[1] que debía llevarles al encuentro con las fuerzas del arzobispo Oppas. Éstas, desalentadas ante las noticias poco favorables, se habían refugiado en la ciudad de Écija, importante villa amurallada a orillas del río Genil. A no mucha distancia de Écija se hallaba Córdoba, población principal de la zona que algunas semanas atrás avitualló al ejército de Rodrigo y que hoy malvivía con lo justo. Así, Écija se había convertido en la llave de Toledo.


[1] Calzada: En su desplazamiento hacia Toledo, Tariq tuvo la opción de usar un gran tramo de la Vía Augusta (principal calzada de la época), tomándola a la altura de Lebrija (Nabrissa) e incluso antes, para luego seguir con cierta comodidad hasta Linares (Ad Aras), donde la calzada se alejaba de la ruta del musulmán y se dirigía hacia Cartagena (Carthago Nova o Karthagine Spartaria). Por razones que se desconocen, Tariq prefirió escoger calzadas secundarias que le llevaron hasta Toledo.

jueves, 2 de julio de 2020

Párrafos destacados (39)


El capítulo de hoy de “Viento de furioso empuje” (Amazon, tapa blanda y Kindle) se inicia con la descripción del escenario tras la batalla de Guadalete. Un escenario, castigado a conciencia por tres días de lluvia, que había quedado embarrado y lleno de desolación entre los supervivientes como consecuencia de la tristeza causada por la pérdida de tantas vidas.

Capítulo XXXIX. Tras la batalla

     La lluvia comenzó a caer al día siguiente de haber cesado la batalla, tres días atrás. Al principio apareció copiosa y coincidió con el amanecer, igual que los lagrimones de un niño que estalla a llorar apenas se despierta. Iba acompañada de truenos y relámpagos abundantes, a modo de esos gemidos intensos y desgarradores que suelen distinguir a la tormenta y al sollozo infantil enfebrecido. Luego la lluvia siguió profusa, continua, quiso verter su caudal de lágrimas y de aflicción ante la irreparable pérdida de tantas vidas humanas. Más tarde, pausadamente, el sentimiento de dolor fue calmando y la lluvia se hizo llovizna. Al fin, tan apaciguada como exhausta, la tristeza quedó apenas en un chispear resignado. Fueron tres días y tres noches de profundo desconsuelo, de lágrimas de ángel vertidas sobre la sangre.
     Sembrado de desolación, con numerosas huellas de acciones guerreras, el campo de Sidonia habíase convertido en un lodazal intransitable donde el agua acumulada impedía cerrar las fosas comunes en las que Tariq, así fue consciente de su victoria, había ordenado depositar los restos de quienes sucum­bie­ron en la lucha. El rais no deseaba que la llegada del sol y el calor sofocante corrompieran los cuerpos de unos valientes cuya triste suerte no merecía nutrir a toda fuente de epidemias.
     Aún se vivía con sobre­salto. Aún se trataba de identificar, en ese cuarto día gris y neblino­so, a cualquier combatiente que deambu­lase semiembarrado por la llanura, quien venía a ser algún malherido vuelto en sí tras largas horas de desmayo y fiebre o algún enterrador rezagado y más que harto de reparar una y otra vez las tumbas. El oficio de sepulturero no tenía fin. Tariq no había previsto que sus prisioneros y aun sus propios hombres, agotados en el combate, excavarían unas sepulturas tan rudimentarias, tan para salir del paso, que la escorrentía removería la tierra, exhumaría cadáveres humanos o animales desmañadamente soterrados y acabaría por llevarlos hasta el río, donde algunos cuerpos flotaron en dirección al mar.

martes, 30 de junio de 2020

Párrafos destacados (38)


En el capítulo 38 de “Viento de furioso empuje” (A la venta en Amazon, tapa blanda y Kindle) comienza el desenlace de una obra histórica, documentada a fondo, cuyo meollo es la llamada batalla de Guadalete, librada en julio del 711. A la novela, además de la necesaria veracidad historiográfica para hacerla creíble, se le suman las características propias de un relato ideado para que fuese lo más ameno posible: fantasía, hechos milagrosos, episodios dramáticos, careos religiosos entre el islam y el cristianismo, amores imposibles, canto a la amistad y un largo etcétera de aspectos que, desde el capítulo uno, se han escrito buscando el relato total.  

Capítulo XXXVIII. Guadalete

      Llanos de Sidonia, octavo amanecer desde que los ejér­citos se avistaron.
     Durante los días que antecedieron a la gran batalla, casi siempre a la caída de la tarde, las huestes de Tariq lograron hostigar en diversas ocasiones a los hombres del rey. Los rifeños arremetieron lo necesario para hacer creíbles unos ataques, con frecuencia atolondrados, que solían abandonar de improviso y a favor de la cercana noche. Se trataba de evitar el choque decisi­vo. En esas aparatosas retiradas, adornadas ex profeso de cobardía, el ejército berberisco jamás llegó a mostrar sus arcos y usaron siempre sus peores cabalgaduras, sus armas más sencillas y sus vestimentas más harapientas. Al decir de Tariq, los visigodos debían ser convencidos de que sus atacantes no eran más que una banda de zarrapastrosos. Considerables en número, si se quiere; tan cargantes y alborotadores como se pretendiera ver, a la par que inoportunos y codiciosos, pero harapientos y pelafustanes al fin y al cabo.
     Contaba en el modo de proceder del rais respecto a sus rivales, además del deseo de atizarles el engreimiento —que la vanidad ensombrece innúmeras virtudes—, la necesidad de entretenerles para que transcurrieran casi indemnes las jornadas necesarias. Así, pues, Tariq decidió recurrir a pequeñas algaras que fueron repelidas sin gran esfuerzo por los hombres del rey, lo que entre los godos constituyó una forma de diversión diaria que no dudaron en celebrar a lo grande mientras caían en la convicción del desgaste y el miedo que ocasionaban a los invasores. Cada uno de los pequeños triunfos ante los andrajosos rifeños, muy magnificados en el bando real, daba pie para sazonar la velada con frases de encarecimiento acerca de la propia valía.
     Había que esperar a que los refuerzos lle­gasen de África, pero no como una concesión a Manfredo, sino con la intención de reservar esas tropas para ser usadas en caso de apuro contra Rodrigo o bien en misiones secunda­rias de las que dependía un proyecto islamita que iba mucho más allá de Sidonia.