VIENTO DE FURIOSO EMPUJE

VIENTO DE FURIOSO EMPUJE
Alegoría de la batalla de Guadalete, julio de 711 - Autor del lienzo: J. M. Espinosa

martes, 30 de junio de 2020

Párrafos destacados (38)


En el capítulo 38 de “Viento de furioso empuje” (A la venta en Amazon, tapa blanda y Kindle) comienza el desenlace de una obra histórica, documentada a fondo, cuyo meollo es la llamada batalla de Guadalete, librada en julio del 711. A la novela, además de la necesaria veracidad historiográfica para hacerla creíble, se le suman las características propias de un relato ideado para que fuese lo más ameno posible: fantasía, hechos milagrosos, episodios dramáticos, careos religiosos entre el islam y el cristianismo, amores imposibles, canto a la amistad y un largo etcétera de aspectos que, desde el capítulo uno, se han escrito buscando el relato total.  

Capítulo XXXVIII. Guadalete

      Llanos de Sidonia, octavo amanecer desde que los ejér­citos se avistaron.
     Durante los días que antecedieron a la gran batalla, casi siempre a la caída de la tarde, las huestes de Tariq lograron hostigar en diversas ocasiones a los hombres del rey. Los rifeños arremetieron lo necesario para hacer creíbles unos ataques, con frecuencia atolondrados, que solían abandonar de improviso y a favor de la cercana noche. Se trataba de evitar el choque decisi­vo. En esas aparatosas retiradas, adornadas ex profeso de cobardía, el ejército berberisco jamás llegó a mostrar sus arcos y usaron siempre sus peores cabalgaduras, sus armas más sencillas y sus vestimentas más harapientas. Al decir de Tariq, los visigodos debían ser convencidos de que sus atacantes no eran más que una banda de zarrapastrosos. Considerables en número, si se quiere; tan cargantes y alborotadores como se pretendiera ver, a la par que inoportunos y codiciosos, pero harapientos y pelafustanes al fin y al cabo.
     Contaba en el modo de proceder del rais respecto a sus rivales, además del deseo de atizarles el engreimiento —que la vanidad ensombrece innúmeras virtudes—, la necesidad de entretenerles para que transcurrieran casi indemnes las jornadas necesarias. Así, pues, Tariq decidió recurrir a pequeñas algaras que fueron repelidas sin gran esfuerzo por los hombres del rey, lo que entre los godos constituyó una forma de diversión diaria que no dudaron en celebrar a lo grande mientras caían en la convicción del desgaste y el miedo que ocasionaban a los invasores. Cada uno de los pequeños triunfos ante los andrajosos rifeños, muy magnificados en el bando real, daba pie para sazonar la velada con frases de encarecimiento acerca de la propia valía.
     Había que esperar a que los refuerzos lle­gasen de África, pero no como una concesión a Manfredo, sino con la intención de reservar esas tropas para ser usadas en caso de apuro contra Rodrigo o bien en misiones secunda­rias de las que dependía un proyecto islamita que iba mucho más allá de Sidonia.

sábado, 27 de junio de 2020

Párrafos destacados (37)


Los párrafos más dramáticos de “Viento de furioso empuje” (Amazon, tapa blanda y Kindle) se corresponden con la descripción de las sucesivas batallas que deben librar el rifeño Tariq o el visigodo Witerico hasta llegar a Toledo, la Tulaytulah que el librero ciego de Damasco le indicó a Yunán como destino final de su apasionante misión.

Capítulo XXXVII. Se aproxima la batalla

     El comienzo del estío se dejaba sentir con fuerza en el campamento de Tariq, julio concurría a pasos agigan­tados hacia los te­rrito­rios del sur de Hispania y las fogatas noctur­nas de Entre Ríos, enemistadas con la brisa refrescante, solían apagar­se con rapidez apenas usadas para elaborar el sustento.
     El rais musulmán acostumbraba a reunirse hacia el atarde­cer con algunos de sus aliados. A veces acudía Regina y aun el pro­pio Manfredo, ahora más dispuesto a secundar, al menos en apariencia, las directrices del general beréber. Charlaban acerca de lo que se sabía de Rodrigo, el precavido rey que al cabo de varios meses no había querido acercarse a la zona del estrecho y que, según los agentes de Tariq desplazados para vigilarle, permanecía en Córdoba a la espera de las tropas procedentes de las provincias nororientales. Tales circunstancias alegra­ban las veladas entre Tariq y sus invitados, ya que suponía que al frente de las fuerzas de la Septimania y la Tarraconen­se avan­zaban jefes adictos a la facción vitizana, quienes a plena luz de­bían figurar unidos al rey y hacerle creer que disponía de gente más que sobrada.
     Raro era el día, entretanto, que a la comarca de Entre Ríos no llegaba algún pequeño grupo de voluntarios con la intención de sumarse a lo que suponían un ejército destinado a derrocar a Rodrigo. Muchos de ellos procedían de Sevilla, rica y culta ciudad de la Bética en la que el obispo Oppas había sido prelado y en la que abun­da­ban los núcleos romanizantes rivales del rey, un personaje más propenso a repartir el poder entre las facciones góticas situadas en la zona central del reino visigodo. Los voluntarios hispalenses que se incorporaban, sumados tras la noticia de la derrota de Bencio, solían llegar acom­pa­ñados de numerosas caballe­rías con las que incluso aprovechaban para mercadear. Se trataba de monturas espléndidas, tan gráciles como veloces, que Tariq aceptaba con agrado y que recompensaba con no poca largueza.

jueves, 25 de junio de 2020

Párrafos destacados (36)


Una nueva entrega de párrafos destacados sobre la novela “Viento de furioso empuje” (Amazon, tapa blanda y Kindle), que hoy se corresponden al inicio del capítulo XXXVI, titulado Manfredo, un noble visigodo que pertenecía a la facción vitizana, la cual le había nombrado corregente del reino en unión del obispo Oppas, hermano del fallecido rey Witiza.

Capítulo XXXVI. Manfredo

     Algo semejante a un rosario de escollos había entorpecido desde hacía años la empresa que Tariq se propuso, atribuida a un encargo divino. En el presente, instalado al fin en la Tierra Grande y al mando de un ejército bien instruido, el rais magrebí advertía nuevos obstáculos para la realización de su anhelado propósito. Los impedimentos surgían esta vez de un personaje recién llegado a la bahía de la Isla Verde[1], su nombre... Manfredo.
     Fue el noble Witerico, brillante militar y segundo hijo del fallecido conde Fredebaldo[2], quien a instancias de Tariq se encomendó la tarea de persuadir a Manfredo para que se mantuviera al margen. El mando de las tropas debía ser único y era preciso, sobre todo, que recayese en un hombre idóneo. Los miles de guerreros acampados en Algeciras, salvo Manfredo y la gente recién llegada con él, seña­laban a Tariq como ese hombre. Y por razones bien difusas que Yunán no alcanzaba a comprender, Witerico era el primero en aceptar la autoridad de Tariq ben Ziyad.
     Decidido a permanecer alejado de las intrigas y codazos godos, Yunán creía que su papel en el escenario de Hispania, al menos hasta que tuviese alguna oportunidad para buscar el libro, se correspondía con el de un simple circunstante o espectador privilegiado que anotaría cuantos sucesos relevantes le fueran dados contem­plar. Así, con esa idea de percibirlo todo y de anotarlo inicialmente en su mente o en ciertos apuntes más o menos dispersos, lo que de paso formaría parte de un aprendizaje adquirido cerca de los que ostentaban poder, el jerife aceptó la invitación de su amigo Witerico para acompañarle a una reunión con el duque.


[1] Algeciras. En árabe, Al-Ŷazira al-Jadra, "la isla verde". Ciudad fundada por Tariq y edificada a partir de las ruinas romanas de Carteia, que a su vez se asentaba sobre otro núcleo más antiguo de origen púnico.

[2] Fredebaldo: Se cree que el conde Fredebaldo, importante personaje de la nobleza toledana sujeto a Witiza, fue desterrado de Toledo por el rey Rodrigo. El conde, al que le siguieron al exilio buena parte de sus fieles, se puso al servicio de Aquila en la Tarraconense y luchó junto al duque Requesindo en el enfrentamiento contra el rey. Fredebaldo salió malherido de la batalla y buscó refugio cerca de Barcelona, donde falleció al poco tiempo.

lunes, 22 de junio de 2020

Párrafos destacados (35)


Una nueva selección de párrafos de la novela histórica “Viento de furioso empuje” (a la venta en Amazon, tapa blanda y Kindle). Recurro en este caso al inicio del capítulo XXXV, donde Yunán, el protagonista más destacado de la obra, medita sobre la violencia que algunos musulmanes pretenden justificar a través de la llamada guerra santa.

Capítulo XXXV. ¡Oficial, nada menos!

     El desenlace favorable en el combate transfirió un reguero de euforia a la mente de Yunán. A ese impulso optimista también se había unido la jocosidad que el susceptible Policronio despertó entre sus amigos. Se sintieron satisfechos durante largo rato; pero ahora, ya en frío, transcurrido cierto tiempo desde el final de la batalla, no resultaba extraño que la conciencia del agareno le reprochase haber tomado parte en unos sucesos tan violentos.
     Mientras Policronio se reponía del desvanecimiento y Witerico se inte­resaba en sus bucelarios heridos, pendiente de acercarse igualmente a las casas donde la gente del pueblo iba acomodando a los numerosos lesionados de Wiliesindo, Yunán tan solo deseó buscar un rincón apartado de la sinagoga para echarse a descansar y sobre todo a meditar.
    «Debería sentirme mal y no es así. Reconozco que me afecta mucho haber atentado contra mis semejantes, aunque no percibo ese abatimiento que aseguran les invade a los que han dado muerte por su propia mano. ¿Qué justificará mi falta de compasión? ¿Habrá influido el deseo de evitar que mis amigos perezcan? ¿Ayudará a matar el arrebato de la lucha? Lo cierto es que Policronio casi se desangra y ni siquiera se había percatado de la herida. ¿Será el hecho de proceder alejado de los rivales, sin advertir el estertor del que agoniza? Las flechas representan fielmente su misión mortífera, casi tanto como el sable que degüella al enemigo, pero al lanzarlas tan solo se oye el silbido inicial y no llega a escucharse el impacto en el cuerpo que la acoge. ¿Contribuirá mi insensatez a que sienta indiferencia ante la muerte de un hombre? Siempre he querido huir de este odioso defecto, pero temo que me acompañará con demasiada frecuencia. ¿Seré presa, quizás, del espíritu que anima al combatiente de la guerra santa? ¡Qué desvarío, los pensamientos me traicionan a veces! ¿Cómo he podido justificar la destrucción de la vida mediante una supuesta guerra santa? ¿Santa? Aseguraría que cualquier guerrero dispuesto a secundar una causa que considere justa está persuadido de tener de su parte el amparo del Cielo. No, no es posible creer en esa guerra ni en cualquier otra, y menos aún catalogarla de santa. ¡Qué desvarío! Algunos intérpretes del islam dogmatizan sobre tales creencias, pero yo no concibo hacer cuestión de fe la pérdida irreparable de vidas. Temo que mis muchas dudas no se aclaren hoy, incluso es posible que me acompañen siempre, como mis numerosos defectos. Sí, he aquí la respuesta del momento: Seguiré el curso de mi existencia y me esforzaré siempre en obrar del modo que considere más honesto. A sabiendas de que, incluso sin proponérmelo, en más de una ocasión lastimaré a otras personas. Estoy comenzando a descubrir que es imposible vivir y relacionarse sin producir algún daño. Y el sufrimiento ajeno, si sé advertirlo a tiempo, deberá guiar mi deseo sincero de remediarlo a al menos de no avivarlo».

viernes, 19 de junio de 2020

Párrafos destacados (34)


En la novela histórica “Viento de furioso empuje” (a la venta en Amazon, tapa blanda y Kindle) se ha alcanzado el capítulo XXXIV, alusivo a un combate entre los bucelarios del toledano Witerico, donde se integran Yunán y Policronio, y las tropas del visigodo Wiliesindo, un noble comarcal cuyas tierras, con capital en Alcalá de los Gazules, abarcan hasta la población de Terromontero de Valeria o de los judíos, lugar de la sangrienta refriega.

Capítulo XXXIV. Refriega en Terromontero

     No bien comenzaron a alumbrar las primeras luces del día, ma­drugadoras y cálidas, pudo advertirse en Terromontero de Valeria que aquella mañana de mayo transcurriría ausente de inclemencias en la tempe­rie. Los oficiales del escuadrón, respondiendo a ese amane­cer, apremiaron a sus hombres para que se aprestasen.
     Los sentidos se inundaron de voces adormecidas y desperezos de los soldados, del ir y venir a la fuente para asearse o a la ladera cercana a realizar necesidades. También del crepitar de leña ardiendo y el humo de las fogatas mezclado con exhalaciones de las caballerías; de toses y carraspeos secuelas de alguna ebriedad mal dormida; del deambular entre las monturas suministrándoles forraje o llevándolas al cercano abrevadero. Más tarde, del aroma a pan caliente y leche hirviendo, del olisqueo vivificador de embuti­dos y huevos friéndose…
     Los movimientos, efluvios, sonidos y voces señalaron a Yunán que la vida renacía un día más en Hispania, el país donde el sol se despide de los hombres y de las naciones

martes, 16 de junio de 2020

Párrafos destacados (33)


Los párrafos de hoy sobre “Viento de furiosos empuje” (A la venta en Amazon) corresponden a la llegada a tierra firme de Yunán y Policronio. Desembarcan en un paraje de la bahía de Algeciras, cercano a la antigua localidad romana de Carteia, población venida muy a menos a causa de la piratería y que sirvió como primer refugio a las fuerzas de Tariq.

Capítulo XXXIII. Terromontero de los judíos

     Un nuevo día del islam en Hispania.
     Viento impetuoso en el estrecho que llegaba más sereno al interior de la bahía de Algeciras y dispersaba su aliento, casi extenuado, en los valles de tierra adentro. Cielo surtido de nubes cabalgando a horcajadas del resuello marino, siempre de brisa tenaz y a veces frescachón en no pocos de sus arrebatos. Espíritus alterados ante la llegada a una tierra tan cercana como extraña y ante el riesgo manifiesto de acciones guerreras.
     Las naves fondearon en el paraje llamado Entre Ríos, adyacente al poblado de Carteia. Yunán y Policronio pisaron tierra firme mediada la mañana. Junto a ellos, desembarcaron más de mil hombres, musulmanes en su mayoría. Abdalmalik, uno de los contados árabes del contingente islamita y jefe del ejército en ausencia del rais, fue quien confirmó a los recién llegados que Tariq había partido unas horas antes al encuentro de Bencio.
     Por otra parte, Yunán sabía que su amigo Witerico, a quien deseaba ver para conocer su impresión de cómo marchaba todo, fue de los que embarcó en la primera expedición. El visigodo encabezaba un escuadrón de guerreros selectos destinados a acuartelarse cerca del fondeadero y a efectuar salidas diarias para limpiar de posibles adversarios los alrededores de la bahía. A diferencia de la inmensa mayoría de los componentes del ejército de Tariq o de sus aliados rifeños, voluntarios casi todos ellos, la característica principal de los bucelarios vendría definida por su dedicación íntegra al servicio de las armas y su gran preparación castrense, no en balde llevaban varios años viviendo exclusivamente de sus soldadas y sin más labor que la de adiestrarse a fondo para el combate o seguir las instrucciones de su señor: en este caso el toledano Witerico, segundo hijo del fallecido conde Fredebaldo.
     El desembarco avanzaba día a día y el grueso del ejército mantenía su base en el área de Gibraltar, pen­dientes de la vuelta de Tariq. Así transcurrieron otras tres jornadas sin que hubiesen llegado noticias sobre la suerte del enfrentamiento con el conde Bencio. Witerico y sus hombres, que cada vez abarcaron un territorio más amplio, no lograron divisar huellas de ningún contingente enemigo ni localizar mensajeros del rais. La incertidumbre fue extendiéndose entre los acampados y comenzó a circular todo tipo de rumores, así como diversas soluciones para lo que se consideraba un problema muy serio, entre las que prevalecía la necesidad de salir en ayuda de Tariq. Pero el rais, a través del aqídum[1] Abdalmalik, había establecido órdenes inflexibles: «Nadie debe secundarme en el enfrentamiento contra Bencio, es una baza que deseo jugar al límite para demostraros de lo que somos capaces. Si tardo más de una semana en regresar o en enviaros informes, eso significará que he sido derrotado. En tal caso, no lo dudéis ni un momento y volveros a África».


81 Aqídum: Entre los árabes, rango militar equivalente a coronel.

domingo, 14 de junio de 2020

Párrafos destacados (32)


En el capítulo 32 de “Viento de furioso empuje” (a la venta en Amazon) se inicia la invasión de Hispania, una aventura trágica y a la par apasionante, descrita a fondo en la obra, que cambiará durante ocho siglos el devenir del conjunto de los hispanos, convertidos al islam algunos de ellos, como sucedió con los Banu Casi, refugiados otros más allá de los Pirineos. El resto, tal vez los más decididos, acabaron por plantar cara en las montañas de Asturias al mayor imperio de su tiempo: el de la dinastía Omeya.

Capítulo XXXII. Hispania
     De voluntad antojadiza, impaciente jornadas atrás cuando ofrecía a los africanos un señuelo de aguas rizadas que éstos fueron rechazando al no ser el momento, el mar permanecía ahora empapado en su propio despecho y proclive a rehusar el trato entre continen­tes, de ahí que decidiera exhibir su rostro colérico ante los hombres que embarcaban en África, frente los que interpuso el obstáculo de la marejada. Aun así, partieron las naves hacia Hispania[1].
     Compuesta de jábegas pesque­ras poco seguras en la mar embravecida, la flota de embarcaciones menores quedó inservi­ble para el cruce del estrecho y Tariq, en espera de que las aguas se calmasen —asunto altamente improbable en un mar en permanente forcejeo con el levante o el poniente—, decidió utilizar tan solo las cuatro galeras resguarda­das en la ensenada de Alcázarseguer.
     Meses atrás, el valí había escogido como destino la población de Julia Traducta, llamada Tarifa en honor del primero de los musulmanes que un año antes pasó a la Tierra Grande y conquistó riquezas. La aventura preliminar había corrido a cargo de Tarif ben Malluk, un esforzado guerrero al servicio de Musa sobre el que las páginas de la Historia, con independencia de su breve correría en el campo tarifeño, pasan poco menos que de puntillas.


[1] La invasión de Hispania se inició la noche del 28 al 29 de abril del año 711 de nuestra era.

viernes, 12 de junio de 2020

Párrafos destacados (31)

En la novela histórica Viento de furioso empuje” (a la venta en Amazon, tapa blanda en una excelente edición por 17,20€ y en formato Kindle por 3,55€), leemos que los protagonistas han caído prisioneros de un malvado que pretende sacrificarlos a su divinidad particular. Se dirá que nadie es bueno o malo del todo, si bien hay otra versión que concede el axioma solamente a la bondad, porque a unos pocos sujetos satánicos no es posible atribuirles ni un solo acto decente a lo largo de su repulsiva existencia.


Capítulo XXXI. La ofrenda expiatoria

    Luna nueva en el Rif, cielo limpio, hialino.
   Las estrellas del firmamen­to africano disfrutaban la ausencia del astro de la noche y bullían de lo más joviales, a sus anchas, satisfechas de la falta de luz del rutinario y gigantón antagonista. Y en el fondo de los valles, asu­miendo el exilio de los cielos, algunas capas de plácida niebla ejercían la misión de cubrir las tierras húmedas. Sayara, la urbe silente y adormecida, acaudalaba fuerzas ante el amanecer inapla­zable.
   Lobreguez y pravedad en la cripta, aire viciado, vapores de incienso inundaban el subterráneo y ascendían indecisos al exterior de la gruta. Todo parecía asfixiante en la guarida de Masala. Presos Yunán y Witerico, fueron conducidos junto a Policronio y, como éste, atados de las muñecas al mismo grueso poste clavado en el suelo, con las manos hacia atrás. Desde allí contemplaron con detenimiento el extraño lugar de ceremonias. No se trataba de un templo, tampoco de una sinagoga; sin embargo, lo que advirtieron les hizo suponer que el oficiante del recinto practicaba la reli­gión judía, o al menos una variante espuria de esa creencia.

miércoles, 10 de junio de 2020

Párrafos destacados (30)


Sobre la novela “Viento de furioso empuje” (a la venta en Amazon), inserto hoy 500 palabras del inicio del capítulo XXX, donde se refiere la entrada furtiva de los protagonistas de la obra en el palacio de un sujeto desquiciado al que pretenden descubrirle sus crímenes y rescatar a sus víctimas. Yunán y Witerico, cada vez más asombrados de lo que van descubriendo en las galerías que recorren, llegan a un punto en el que dan por hecho que no saldrán vivos de la guarida de Masala.

Capítulo XXX. La morada del sacerdote

     Yunán y Witerico vieron desaparecer a Policronio al otro lado del tapial y decidieron rodear el caserón. Encontraron varias puertas y numerosas ventanas, pero unas y otras ofrecían serias dificultades para entrar: El edificio se hallaba muy vigilado allá donde los accesos permanecían abiertos o gruesos barrotes sustituían la vigilan­cia. Y eso sin contar la ronda, cuyo itinerario desconocían.
     Cuando juzgaban casi imposible superar la protec­ción del palacio e inclinados a desistir de la misión, Yunán pisó algo entre la hierba que sonó metálico y que le impulsó a detenerse por temor a que hubiera sido oído. Se trataba de un portillo de hierro usado como boca de leñera situada a ras del suelo. La abertura era pequeña, mediría poco más que el grueso de una persona, pero la tapa se hallaba desencajada, de ahí el tropiezo, y supusieron que lograrían introducirse en el sótano.
     Como en la oscuridad no había modo de comprobar el fondo de aquel recinto, Witerico cogió un pequeño guijarro y lo dejó caer en su interior. La piedra chocó casi de inmediato contra la leña, dándoles a entender que la leñera se hallaba bastante llena y que sería posible descolgarse sin demasiado riesgo a una caída aparatosa. Uno tras otro, ambos jóvenes se agarraron al contorno del portillo e hicieron pie sobre los troncos. La leña formaba escalones irregulares que facilitaron el descenso hacia una puerta que filtraba claridad por las rendijas. Pegaron el oído a esa puerta y no escucharon nada, así que decidieron abrirla con cuidado y penetrar en la zona iluminada.
     Los visitantes se hallaron en una amplia sala llena de fogones y mesas recubiertas de mármol, se trataba de la cocina del palacio, carente de actividad en esos instantes. Bajo una campana, cerca del ventanal enrejado que cubría la parte alta del semisótano, comenzaba a hervir el agua de un perol al que el cocinero, ahora ausente, no tardaría en añadirle verduras troceadas y algún que otro hueso carnoso que llenaban un recipiente contiguo, todo ello destinado a darle sustancia a un guiso de lo más apetitoso. Aparte del guiso, tres gallos desplumados y ensartados aguardaban su ración de fuego, que junto a varios panes recién horneados y un pequeño cofín de higos secos, supondrían la cena de madrugada de la guardia nocturna.
     Fuera de lo que a simple vista se advertía, también atrajo la atención de los visitantes una gran despensa repleta de quesos, fiambres, encurtidos y conservas que observaron a través de una amplia rejilla practicada en la puerta. Y pese a que el contenido de la fresquera se encontraba enclaustrado con su buen cerrojo, Yunán pudo distinguir tal cantidad de alimen­tos, cuyo aspecto parecía destinado a satisfacer paladares más que a nutrir, que al momento dedujo la marcada diferencia entre las opíparas raciones destinadas a los inquilinos del caserón y el sustento tan exiguo del resto de los habitan­tes de Sayara, compuesto desde hacía días, según explicó Yaidé, a base de generosas tajadas de hambre.

lunes, 8 de junio de 2020

Párrafos destacados (29)


Utilizo hoy a Policronio, un personaje peculiar que sirve de contraste a otros protagonistas de la novela “Viento de furioso empuje” (a la venta en Amazon). Porque esa es la realidad de la literatura de evasión cuando se quiere que una obra no sea aburrida: debe abundar el contraste, acompañado de acción, aventura, fantasía, diálogos ocurrentes... Y Policronio lo ofrece casi todo al ser de lo más propenso a meterse en camisas de once varas o en jardines enmarañados.

Capítulo XXIX. La noche acompañaba a Policronio

       La noche acompañaba a Policronio desde hacía un buen rato. Ni supo dónde ir ni fue capaz de confiarse a nadie. Deambuló de acá para allá por la ciudad de Sayara, tanteando a intervalos su bolsa y guardando aparte algunas monedas para no exhibir en público su modesto sueldo recién percibido. Un largo vía crucis de posadas y vinateros fue cuanto dio de sí la bisoñez del muchacho griego, por lo común una jarrilla de vino, algo de comer y alguna mirada liviana a ciertas mujeres que solían hallarse al fondo de algunos locales visitados, casi siempre en zona de penumbras. No llegaron a faltarle, ni mucho menos, sórdidos ofrecimientos de algunas heteras —como las llamaba en expresión familiar— o de sus respectivos alcahuetes, en verdad porfiados y molestos; pero en ausencia de moza saludable a la que hincarle el diente —que no saciar el deseo es despertar la vehemencia—, Policronio pretendía congraciarse a toda costa con alguna viuda de buen ver y mejor tentar que calmara su ánimo e iniciase en él una carrera que adivinaba gloriosa.
       Y en éstas andaba el bueno de Policronio, transcurridas más de dos horas desde que se decidió echar a la calle, cuando al cruzar por un pasaje lóbrego le pareció observar a un individuo que estimó conocer pese a la oscuridad y pese al vino que comenzaba a inundar su estómago. Más atolondrado que hábil en ese momento, decidió usar la falta de cautela incentivada por su estado achispado y seguir al transeúnte. Se trataba de comprobar si, en efecto, era quien le había parecido, ya que de confirmarse la identidad del viandante, su compañía podría conducirle hacia una aventura bien distinta a la amatoria, aunque no menos atrayente. Policronio ignoraba que, a su vez, unas sombras seguían sus pasos con gran atención y la discreción necesaria.
       Después de caminar a corta distancia de quien le precedía, siempre en dirección a la zona alta de la ciudad, Policronio advirtió que aquel hombre se detenía junto a la tapia que rodeaba un gran palacio de dos plantas. A juzgar por las reparaciones que observó en diversos puntos de la tapia, dedujo que la mansión también había sufrido los efectos del reciente temporal, si bien la diligencia en remediar los destrozos le llevó a interpretar que se hallaba ante la residen­cia de algún sayara notable y sobre todo bien custodiado.
       Policronio parecía lleno de dudas, no sabía qué hacer. Aún no había podido cerciorarse de a quién estaba siguiendo y los efectos del vino, igual que su curiosidad, comenzaban a desaparecer a causa del largo paseo bajo una noche bastaste fría. Desde donde se hallaba, apostado en una esquina limítrofe al palacio, Policronio solo percibía una figura que usaba almalafa con capucha.

sábado, 6 de junio de 2020

Párrafos destacados (28)


Utilizo otro principio de capítulo, el 28 de “Viento de furioso empuje” (Amazon), para ofrecer a los posibles lectores de la novela una breve muestra de su contenido, en el que se narra la aproximación de una caravana de alimentos a la ciudad de Sayara y las situaciones dramáticas que luego se viven.
Manolo Marín, en una amplia crónica de cinco párrafos en el diario La Opinión de Murcia, en su día incluyó en su reseña el siguiente párrafo: “La verdad es que hacía tiempo que no disfrutaba tanto leyendo un libro”.

Capítulo XXVIII. Ella debe vivir
Transcurría la sexta jornada de marcha. La caravana avanzaba siguiendo el curso del río. Aun cuando la ciudad de Sayara accedía esperanzada al encuentro con los viajeros, mostrándose a ellos en la lejanía, ese mismo río que les acompañó en días anteriores, de aguas más canturriosas y diáfanas que nunca, quiso apartarse de los caminos y comenzó a defender su intimidad mediante rocas y escarpaduras, como si cierto recato a la hora de exhibir la plenitud de su cauce fuese obligado en toda corrien­te que nace y muere no lejos de sendos asentamientos humanos.
Hubo que desviarse en busca de una nueva cañada y la cáfila comenzó a bordear el macizo montañoso que protegía la capital del reino de Yaidé. La nueva ruta transitaba ahora bajo un toldo de encinas y coníferas en el que no faltaban sus buenas franjas de cedros de un verdor azulado.
Todo parecía encalmado mediada la mañana. El bosque, que tal vez deseaba compensar a los viajeros ante el desaire del río, les obsequiaba con perfumes, trinos y sombrajes. Las cabalgaduras iban al paso, cansinas. La dama formaba parte de los primeros miembros del cortejo. A corta distancia de Yaidé, muy atento, seguía Witerico; Yunán y Policronio viaja­ban más rezagados, aunque a la vista.
Nadie pudo advertir con claridad el peligro. Nadie más que el hispano supo reaccionar ante la amenaza. Ágil, diestro, osado…, Witerico espoleó con furor su montura mientras alertaba a gritos a sus hombres y recorría en contados instantes el trayecto que le separaba de la dama, abalanzándose sobre ella y derribándola al suelo.

jueves, 4 de junio de 2020

Párrafos destacados (27)


La ordalía o juicio de Dios era una prueba a la que fueron sometidos los reos para demostrar su inocencia en la Edad Media. En el capítulo 27 de “Viento de furioso empuje” (Amazon), se narra al detalle una de esas ordalías en la que el acusado debe enfrentarse al “licor de la verdad” y que Witerico realiza, en su calidad de juez, para descubrir al culpable entre todos los varones de una aldea y a fin de que confiese su crimen. El interrogatorio de los aldeanos forma parte, tal vez, de uno de los episodios más interesantes de la obra.

Capítulo XXVII. La ordalía

     La noche transcurrió en extremo veloz.
     No bien el sol hubo mostrado su disco, los viajeros retomaron el camino de Sayara. Árabe y godo, junto a Policronio y una parti­da de cincuenta guerreros, se adelantaron al resto de la caravana con la intención de permanecer un tiempo en el poblado de Kadim. Efectuaron la entrada por una de las tres o cuatro callejas de que constaba la aldea, donde no vieron a nadie en los primeros momentos. Llegaron a una plaza en la que los lugareños permanecían con­centrados, secundando casi a regañadientes la convoca­toria.
     Fue el propio Kadim quien aguantó la montura de Yunán para que descabalgara y quien le apercibió acerca del recelo que la propuesta de Witerico había suscitado.
     —Y a pesar de ello, sidi, he cumplido tus órdenes —comentó Kadim—, en la plaza se hallan los hombres mayores de catorce años. La verdad es que aquí se encuentra casi todo el pueblo. Les he comentado tu arbitraje y también que uno de tus acompañantes les interrogará para aclarar la desaparición de los niños en el pueblo vecino.

martes, 2 de junio de 2020

Párrafos destacados (26)


He aprovechado uno o más párrafos por capítulo de la novela “Viento de furioso empuje” (Amazon) para mostrar ciertos pasajes insertados en la obra. Con tales muestras se pretende ofrecer algo así como un aperitivo de sus 563 páginas. Al mismo tiempo, creo revelador destacar que detrás del relato hay más de 10 años de documentación historiográfica, así como un laborioso intento en acercar al lector al ambiente del siglo VIII. El crítico literario, Antonio Parra Sanz, lo resume de este modo: Desde Damasco hasta Hispania, Yunán y Abdelaziz atraparán al lector en una narración vertiginosa, no exenta del obligado rigor histórico, y que profundiza también en las raíces religiosas, sociológicas e incluso lingüísticas del Islam”.

Capítulo XXVI. Camino de Sayara
     Al ritmo lento y cansino propio de las caravanas, siete eran los días que se precisaban para llegar hasta la capital del reino de Yaidé. Días en los que el riesgo se adivi­naba constante a causa de unos caminos intransitables; días para los que se auspi­ciaba la misma tirantez mal contenida, quizá redo­blada, que se advertía ya entre algunos componentes de la expedi­ción.
     La jornada inicial había concluido. Al pie del monte Hauz, cruzada por el río que enlaza la comarca de Alcázarseguer con la capital Sayara, se abría una llanura que acogió a los viajeros. Y en la llanu­ra, la cáfila se asentó como buenamente pudo entre dos aldeas de pacífico aspecto situadas a ambos lados del río.
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     Policronio, que bebía de una jarrilla y permane­cía sentado sobre una gran piedra junto a la tienda, al avistar la llegada de su patrón acompañado de dos desconocidos intentó disimular su inclinación al vino de atardecer. Así, cual si se tratase de un nenito atrapado en el hurto de la miel, no se le ocurrió otra idea que ocultar la jarra detrás de la piedra. Con tan mala fortuna, que la jarra volcó y mandó al encuentro de los visitantes un re­guero rojizo que el bizantino, con el ánimo desgarrado, siguió con la vista mientras se alejaba. Eso sí, según avanzaba el líquido delator, se prometía una y otra vez a sí mismo que la sangre del excelso Dioniso jamás formaría regata sin haber cruzado antes por su paladar.