Los párrafos siguientes pertenecen al capítulo VIII de "Viento de furioso empuje"
Sin
separarse de Moisés, que aún permanecía asido con una mano a su ropaje, ben
Musa se inclinó, abrió los brazos a los mellizos para acogerles y éstos se
reunieron con el padre, quedando los cuatro fundidos en un abrazo entrañable.
Yunán contemplaba la escena y se le partía
el corazón. En apariencia, Abdelaziz idolatraba a sus hijos y aún quería a la
madre, o al menos la respetaba con gran afecto. Ahora comprendía sus palabras
cuando le habló de las contrariedades de ser el hijo de un personaje notable.
En la situación de su amigo, el hecho de que su padre fuese el emir Musa
suponía por fuerza algo más que contrariedad: amargura. Yunán concluyó con
varias frases que venían rondando su mente desde hacía tiempo:
“¡Ah, la
religión, cómo arrincona a veces el amor hacia nuestros semejantes y lo
convierte en rechazo fanatizado! Seguro que el abrazo entre Abdelaziz y sus
hijos es más agradable a los ojos de Dios que la mayor de las mezquitas
abarrotada de musulmanes que rezan sin cesar. Cada día me siento menos
inclinado a creer en el Dios que han concebido los hombres. Las religiones, aun
cuando te acerquen al Altísimo, con frecuencia te alejan de los seres humanos. No
confío nada en que el islam se mantenga liberador y no se fanatice hasta
convertirse en una creencia opresiva. ¡Dios mío, perdona cuanto de blasfemia pueda
haber en mis pensamientos!, comprenderás que es nuevo para mí observar cómo el
amor de una familia queda truncado a causa de la distinta fe que profesan sus
miembros...”.
Las introversiones de Yunán, mediante las
que a menudo sopesaba la intolerancia creciente del islam y un aumento conexo
de agresividad en sus representantes, quedaron interrumpidas por el gesto de su
amigo, que le animaba a unirse.
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