Los párrafos más
dramáticos de “Viento de furioso empuje” (Amazon, tapa blanda y Kindle) se
corresponden con la descripción de las sucesivas batallas que deben librar el rifeño
Tariq o el visigodo Witerico hasta llegar a Toledo, la Tulaytulah
que el librero ciego de Damasco le indicó a Yunán como destino final de su
apasionante misión.
Capítulo XXXVII. Se aproxima la batalla
El
comienzo del estío se dejaba sentir con fuerza en el campamento de Tariq, julio
concurría a pasos agigantados hacia los territorios del sur de Hispania y
las fogatas nocturnas de Entre Ríos, enemistadas con la brisa refrescante,
solían apagarse con rapidez apenas usadas para elaborar el sustento.
El rais musulmán
acostumbraba a reunirse hacia el atardecer con algunos de sus aliados. A veces
acudía Regina y aun el propio Manfredo, ahora más dispuesto a secundar, al
menos en apariencia, las directrices del general beréber. Charlaban acerca de
lo que se sabía de Rodrigo, el precavido rey que al cabo de varios meses no había
querido acercarse a la zona del estrecho y que, según los agentes de Tariq
desplazados para vigilarle, permanecía en Córdoba a la espera de las tropas
procedentes de las provincias nororientales. Tales circunstancias alegraban
las veladas entre Tariq y sus
invitados, ya que suponía que al frente de las fuerzas de la Septimania y la
Tarraconense avanzaban jefes adictos a la facción vitizana, quienes a plena
luz debían figurar unidos al rey y hacerle creer que disponía de gente más que
sobrada.
Raro era
el día, entretanto, que a la comarca de Entre Ríos no llegaba algún pequeño
grupo de voluntarios con la intención de sumarse a lo que suponían un ejército
destinado a derrocar a Rodrigo. Muchos de ellos procedían de Sevilla, rica y
culta ciudad de la Bética en la que el obispo Oppas había sido prelado y en la
que abundaban los núcleos romanizantes rivales del rey, un personaje más
propenso a repartir el poder entre las facciones góticas situadas en la zona
central del reino visigodo. Los voluntarios hispalenses que se incorporaban,
sumados tras la noticia de la derrota de Bencio, solían llegar acompañados de
numerosas caballerías con las que incluso aprovechaban para mercadear. Se
trataba de monturas espléndidas, tan gráciles como veloces, que Tariq aceptaba
con agrado y que recompensaba con no poca largueza.
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