Utilizo hoy a
Policronio, un personaje peculiar que sirve de contraste a otros protagonistas de
la novela “Viento de furioso empuje” (a la venta en Amazon). Porque esa es la realidad de la
literatura de evasión cuando se quiere que una obra no sea aburrida: debe
abundar el contraste, acompañado de acción, aventura, fantasía, diálogos ocurrentes...
Y Policronio lo ofrece casi todo al ser de lo más propenso a meterse en camisas de once
varas o en jardines enmarañados.
Capítulo XXIX. La noche acompañaba a Policronio
La
noche acompañaba a Policronio desde hacía un buen rato. Ni supo dónde ir ni fue
capaz de confiarse a nadie. Deambuló de acá para allá por la ciudad de Sayara,
tanteando a intervalos su bolsa y guardando aparte algunas monedas para no
exhibir en público su modesto sueldo recién percibido. Un largo vía crucis de
posadas y vinateros fue cuanto dio de sí la bisoñez del muchacho griego, por lo
común una jarrilla de vino, algo de comer y alguna mirada liviana a ciertas
mujeres que solían hallarse al fondo de algunos locales visitados, casi siempre
en zona de penumbras. No llegaron a faltarle, ni mucho menos, sórdidos
ofrecimientos de algunas heteras —como las llamaba en expresión familiar— o de
sus respectivos alcahuetes, en verdad porfiados y molestos; pero en ausencia de
moza saludable a la que hincarle el
diente —que no saciar el deseo es despertar la vehemencia—, Policronio
pretendía congraciarse a toda costa con alguna viuda de buen ver y mejor tentar
que calmara su ánimo e iniciase en él una carrera que adivinaba gloriosa.
Y en
éstas andaba el bueno de Policronio, transcurridas más de dos horas desde que
se decidió echar a la calle, cuando al cruzar por un pasaje lóbrego le pareció
observar a un individuo que estimó conocer pese a la oscuridad y pese al vino
que comenzaba a inundar su estómago. Más atolondrado que hábil en ese momento,
decidió usar la falta de cautela incentivada por su estado achispado y seguir
al transeúnte. Se trataba de comprobar si, en efecto, era quien le había
parecido, ya que de confirmarse la identidad del viandante, su compañía podría
conducirle hacia una aventura bien distinta a la amatoria, aunque no menos
atrayente. Policronio ignoraba que, a su vez, unas sombras seguían sus pasos
con gran atención y la discreción necesaria.
Después
de caminar a corta distancia de quien le precedía, siempre en dirección a la
zona alta de la ciudad, Policronio advirtió que aquel hombre se detenía junto a
la tapia que rodeaba un gran palacio de dos plantas. A juzgar por las
reparaciones que observó en diversos puntos de la tapia, dedujo que la mansión también
había sufrido los efectos del reciente temporal, si bien la diligencia en remediar
los destrozos le llevó a interpretar que se hallaba ante la residencia de
algún sayara notable y sobre todo bien custodiado.
Policronio
parecía lleno de dudas, no sabía qué hacer. Aún no había podido cerciorarse de
a quién estaba siguiendo y los efectos del vino, igual que su curiosidad,
comenzaban a desaparecer a causa del largo paseo bajo una noche bastaste fría.
Desde donde se hallaba, apostado en una esquina limítrofe al palacio,
Policronio solo percibía una figura que usaba almalafa con capucha.
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