Nueva entrega de párrafos sobre la novela
histórica “Viento de furioso empuje” (a la venta en Amazon). Hoy se refieren al
capítulo XLV, donde los protagonistas especulan a diario con el hallazgo de un
carro lleno de oro y plata que desapareció en Guadalete y sobre el que llevan
varias jornadas tratando de discurrir el modo de hallarlo. ¿Razón para
semejante interés en encontrar el tesoro? Que no se produzca el enfrentamiento
dentro de las diversas facciones del ejército y se malogre la aventura en
Hispania.
Capítulo XLV. La
salamanquesa
Desde
el caserío de Bornos otras tres jornadas más fueron precisas para que el
ejército de Tariq se acercase a la ciudad de Écija, refugio de un fuerte
contingente vitizano al que cada día se agregaban nuevos combatientes que iban
convirtiéndolo en una milicia muy estimable.
Algunas
poblaciones importantes no muy alejadas de la ruta, como Osuna o Morón, semi
desguarnecidas a consecuencia de su aporte de voluntarios a Écija, fueron
ignoradas adrede en el avance del áscar rifeño. En la primera de ellas influyó
el respeto que inspiraba la fortificación situada en un cabezo cercano a la
urbe, cuyo asalto hubiera supuesto largo tiempo de asedio y la posible pérdida
de buen número de hombres. Y la segunda ciudad se soslayó igualmente al no
ofrecer un gran peligro para la retaguardia, dado que gran parte de la
población que había decidido quedarse era de ascendencia hebrea y simpatizaba
con la gente de Yaidé, así como con otros muchos voluntarios del mismo origen étnico
que fueron añadiéndose a una marcha que debía concluir en Toledo, donde se
proponían derogar la ley que permitió el abusivo reinado de Rodrigo con los
judíos hispanos.
Durante
los días de viaje, Yunán, Policronio y Hareb hablaron en más de una ocasión del
carromato del tesoro en poder de Bogud. En sus conversaciones llegaban siempre
a la conclusión de que era imposible que ese carro, de grandes dimensiones, se
encontrase integrado entre los de la expedición rifeña. Los tres practicaban
una suerte de rutina diaria a partir de cada atardecer, apenas llegados al
lugar donde la avanzadilla del ejército les reservaba un espacio para que se
instalasen. Primero asignaban el servicio de vigilancia para la noche, siempre
polémico a causa de que Limán quedaba exento no fuera el caso de que Policronio
le necesitara en sus merodeos por el campamento. Seguían con una cena caliente
preparada por Hamid, ya que durante el día comían lo primero que pillaban. Cena
que resultaba exenta igualmente para Limán debido al veto de Policronio, que
negó su presencia mediante una frase rotunda: «Come mucho y no aporta nada al
tema que más interesa». Como postre, se dedicaban a deambular en parejas
durante una o dos horas por el nuevo asentamiento del ejército, entrada ya la
noche y haciéndose los distraídos, como si paseasen. Eso sí, relevándose de dos
en dos, no fuese que por buscar un tesoro se corriera el riesgo de acabar
perdiendo el propio.
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