Una nueva
selección de párrafos de la novela histórica “Viento de furioso empuje” (a la
venta en Amazon, tapa blanda y Kindle). Recurro en este caso al inicio del
capítulo XXXV, donde Yunán, el protagonista más destacado de la obra, medita
sobre la violencia que algunos musulmanes pretenden justificar a través de la llamada
guerra santa.
Capítulo XXXV. ¡Oficial,
nada menos!
El desenlace favorable en el
combate transfirió un reguero de euforia a la mente de Yunán. A ese impulso
optimista también se había unido la jocosidad que el susceptible Policronio despertó
entre sus amigos. Se sintieron satisfechos durante largo rato; pero ahora, ya
en frío, transcurrido cierto tiempo desde el final de la batalla, no resultaba
extraño que la conciencia del agareno le reprochase haber tomado parte en unos
sucesos tan violentos.
Mientras
Policronio se reponía del desvanecimiento y Witerico se interesaba en sus bucelarios
heridos, pendiente de acercarse igualmente a las casas donde la gente del
pueblo iba acomodando a los numerosos lesionados de Wiliesindo, Yunán tan solo
deseó buscar un rincón apartado de la sinagoga para echarse a descansar y sobre
todo a meditar.
«Debería
sentirme mal y no es así. Reconozco que me afecta mucho haber atentado contra
mis semejantes, aunque no percibo ese abatimiento que aseguran les invade a los
que han dado muerte por su propia mano. ¿Qué justificará mi falta de compasión?
¿Habrá influido el deseo de evitar que mis amigos perezcan? ¿Ayudará a matar el
arrebato de la lucha? Lo cierto es que Policronio casi se desangra y ni
siquiera se había percatado de la herida. ¿Será el hecho de proceder alejado de
los rivales, sin advertir el estertor del que agoniza? Las flechas representan
fielmente su misión mortífera, casi tanto como el sable que degüella al
enemigo, pero al lanzarlas tan solo se oye el silbido inicial y no llega a
escucharse el impacto en el cuerpo que la acoge. ¿Contribuirá mi insensatez a
que sienta indiferencia ante la muerte de un hombre? Siempre he querido huir de
este odioso defecto, pero temo que me acompañará con demasiada frecuencia.
¿Seré presa, quizás, del espíritu que anima al combatiente de la guerra santa?
¡Qué desvarío, los pensamientos me traicionan a veces! ¿Cómo he podido
justificar la destrucción de la vida mediante una supuesta guerra santa? ¿Santa?
Aseguraría que cualquier guerrero dispuesto a secundar una causa que considere
justa está persuadido de tener de su parte el amparo del Cielo. No, no es
posible creer en esa guerra ni en cualquier otra, y menos aún catalogarla de
santa. ¡Qué desvarío! Algunos intérpretes del islam dogmatizan sobre tales
creencias, pero yo no concibo hacer cuestión de fe la pérdida irreparable de
vidas. Temo que mis muchas dudas no se aclaren hoy, incluso es posible que me
acompañen siempre, como mis numerosos defectos. Sí, he aquí la respuesta del
momento: Seguiré el curso de mi existencia y me esforzaré siempre en obrar del
modo que considere más honesto. A sabiendas de que, incluso sin proponérmelo,
en más de una ocasión lastimaré a otras personas. Estoy comenzando a descubrir
que es imposible vivir y relacionarse sin producir algún daño. Y el sufrimiento
ajeno, si sé advertirlo a tiempo, deberá guiar mi deseo sincero de remediarlo a
al menos de no avivarlo».
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios están moderados. Aparecerán a la mayor brevedad.