Utilizo otro
principio de capítulo, el 28 de “Viento de furioso empuje” (Amazon), para
ofrecer a los posibles lectores de la novela una breve muestra de su contenido,
en el que se narra la aproximación de una caravana de alimentos a la ciudad de Sayara
y las situaciones dramáticas que luego se viven.
Manolo Marín, en
una amplia crónica de cinco párrafos en el diario La Opinión de Murcia, en su día
incluyó en su reseña el siguiente párrafo: “La verdad es que hacía
tiempo que no disfrutaba tanto leyendo un libro”.
Capítulo XXVIII. Ella
debe vivir
Transcurría la sexta jornada de marcha. La caravana avanzaba siguiendo el curso del río. Aun
cuando la ciudad de Sayara accedía esperanzada al encuentro con los viajeros,
mostrándose a ellos en la lejanía, ese mismo río que les acompañó en días
anteriores, de aguas más canturriosas y diáfanas que nunca, quiso apartarse de
los caminos y comenzó a defender su intimidad mediante rocas y escarpaduras,
como si cierto recato a la hora de exhibir la plenitud de su cauce fuese
obligado en toda corriente que nace y muere no lejos de sendos asentamientos
humanos.
Hubo que
desviarse en busca de una nueva cañada y la cáfila comenzó a bordear el macizo
montañoso que protegía la capital del reino de Yaidé. La nueva ruta transitaba
ahora bajo un toldo de encinas y coníferas en el que no faltaban sus buenas
franjas de cedros de un verdor azulado.
Todo
parecía encalmado mediada la mañana. El bosque, que tal vez deseaba compensar a
los viajeros ante el desaire del río, les obsequiaba con perfumes, trinos y
sombrajes. Las cabalgaduras iban al paso, cansinas. La dama formaba parte de
los primeros miembros del cortejo. A corta distancia de Yaidé, muy atento,
seguía Witerico; Yunán y Policronio viajaban más rezagados, aunque a la vista.
Nadie
pudo advertir con claridad el peligro. Nadie más que el hispano supo reaccionar
ante la amenaza. Ágil, diestro, osado…, Witerico espoleó con furor su montura
mientras alertaba a gritos a sus hombres y recorría en contados instantes el
trayecto que le separaba de la dama, abalanzándose sobre ella y derribándola al
suelo.
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