Los párrafos de
hoy sobre “Viento de furiosos empuje” (A la venta en Amazon) corresponden a la
llegada a tierra firme de Yunán y Policronio. Desembarcan en un paraje de la
bahía de Algeciras, cercano a la antigua localidad romana de Carteia, población
venida muy a menos a causa de la piratería y que sirvió como primer refugio a
las fuerzas de Tariq.
Capítulo XXXIII. Terromontero de los judíos
Un nuevo día del islam en
Hispania.
Viento
impetuoso en el estrecho que llegaba más sereno al interior de la bahía de
Algeciras y dispersaba su aliento, casi extenuado, en los valles de tierra
adentro. Cielo surtido de nubes cabalgando a horcajadas del resuello marino,
siempre de brisa tenaz y a veces frescachón en no pocos de sus arrebatos.
Espíritus alterados ante la llegada a una tierra tan cercana como extraña y
ante el riesgo manifiesto de acciones guerreras.
Las
naves fondearon en el paraje llamado Entre Ríos, adyacente al poblado de Carteia. Yunán y Policronio pisaron
tierra firme mediada la mañana. Junto a ellos, desembarcaron más de mil
hombres, musulmanes en su mayoría. Abdalmalik, uno de los contados árabes del
contingente islamita y jefe del ejército en ausencia del rais, fue quien
confirmó a los recién llegados que Tariq había partido unas horas antes al
encuentro de Bencio.
Por otra
parte, Yunán sabía que su amigo Witerico, a quien deseaba ver para conocer su
impresión de cómo marchaba todo, fue de los que embarcó en la primera
expedición. El visigodo encabezaba un escuadrón de guerreros selectos destinados
a acuartelarse cerca del fondeadero y a efectuar salidas diarias para limpiar
de posibles adversarios los alrededores de la bahía. A diferencia de la inmensa
mayoría de los componentes del ejército de Tariq o de sus aliados rifeños,
voluntarios casi todos ellos, la característica principal de los bucelarios
vendría definida por su dedicación íntegra al servicio de las armas y su gran
preparación castrense, no en balde llevaban varios años viviendo exclusivamente
de sus soldadas y sin más labor que la de adiestrarse a fondo para el combate o
seguir las instrucciones de su señor: en este caso el toledano Witerico,
segundo hijo del fallecido conde Fredebaldo.
El
desembarco avanzaba día a día y el grueso del ejército mantenía su base en el
área de Gibraltar, pendientes de la vuelta de Tariq. Así transcurrieron otras
tres jornadas sin que hubiesen llegado noticias sobre la suerte del
enfrentamiento con el conde Bencio. Witerico y sus hombres, que cada vez
abarcaron un territorio más amplio, no lograron divisar huellas de ningún
contingente enemigo ni localizar mensajeros del rais. La incertidumbre
fue extendiéndose entre los acampados y comenzó a circular todo tipo de rumores,
así como diversas soluciones para lo que se consideraba un problema muy serio,
entre las que prevalecía la necesidad de salir en ayuda de Tariq. Pero el rais, a través del aqídum[1]
Abdalmalik, había establecido órdenes inflexibles: «Nadie debe secundarme en el
enfrentamiento contra Bencio, es una baza que deseo jugar al límite para
demostraros de lo que somos capaces. Si tardo más de una semana en regresar o
en enviaros informes, eso significará que he sido derrotado. En tal caso, no lo
dudéis ni un momento y volveros a África».
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