En la novela histórica “Viento de furioso
empuje” (a la venta en Amazon) se describen numerosas peripecias, algunas de
ellas humorísticas, que aseguraría amenizan lo suficiente al lector y evitan
que éste se encuentre con esas páginas aburridas que, cuando abundan en una
obra, hacen que el libro se te caiga de las manos. Por otra parte, quisiera
aclarar que en esta sección de “Párrafos destacados” suelo incluir el inicio de
cada capítulo, de ahí que el humor se halle ausente, pero no demasiado alejado
a poco que se avance en la lectura.
Capítulo XLIV. El retrato de Mahoma
Yunán siguió el camino del río
durante otro buen trecho y hubo un momento en que se encontró solo. Los
guerreros no se habían acercado hasta aquella zona, demasiado alejada del
campamento, y las pocas hogueras que aún alumbraban se advertían a unos cientos
de pasos. Valoró la situación: O seguía caminando con dificultades en la
oscuridad, apenas rota por una luna que iniciaba su fase menguante, o se
decidía a volver para confirmar si Hareb había tenido mejor suerte. Entre
dudas, el joven árabe resolvió acercarse al río para refrescarse un poco y
observó que en la orilla había un surco producido por la quilla de una barca.
El descubrimiento le hizo mirar con atención hacia la otra ribera, donde le
pareció distinguir una pequeña luz entre los árboles.
Yunán no se lo pensó dos
veces, se despojó de una parte de la ropa, que ocultó como pudo, y se adentró
en el Guadalete. El curso del río era bastante ancho en aquel paraje, poco
profundo y de aguas muy tranquilas. Solo precisó nadar en un tramo de unas
treinta brazas, el resto del cauce lo cruzó a pie. Antes de llegar a la orilla
opuesta, alertado por el murmullo de unas voces, volvió a introducir su cuerpo
en el agua y observó la barca, que se hallaba varada y custodiada por tres
guerreros. Se acercó un poco más y escuchó cómo aquellos hombres departían en
lenguaje beréber con marcado acento gumara.
Yunán decidió desplazarse a la
derecha y salir del río a cierta distancia de aquellos hombres. Tomó barro de
la orilla, de aguas más estancadas en esa zona, y se frotó la parte del cuerpo
que llevaba descubierta, insistiendo en el rostro. Se quitó los calzones, los
escurrió y asimismo los embadurnó de barro. Sólo quedaba adentrarse en el
bosque, localizar a quienes usaran la antorcha y esperar a que no se hubiesen
reunido allí para tratar algún asunto insustancial de los muchos posibles.
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