No es sencillo entresacar párrafos de una novela como
“Viento de furioso empuje” (a la venta en Amazon) cuyos capítulos suelen
superar las 25 páginas. Lo que significa que bastantes de esos capítulos dan
mucho más de sí que un simple extracto destinado a las redes sociales y a
promocionar una novela sobre la que aún estoy por conocer (con perdón) que
alguien la haya considerado mediocre o aburrida.
Capítulo XXII. El valle de Hamadán
Corría
esa hora del resistero en la que el campamento de Alcázarseguer solía quedar
inactivo a causa del sopor de un clima templado, de la laboriosidad y el
cansancio acumulados durante la mañana y del efecto de unas raciones que, si
bien menguadas, la tropa había remendado a sus expensas y consumido con
avidez.
Extrañamente
sin música, sin esclavos ni guardianes a la vista, el gran aposento de Tariq
acogía tan solo a la pareja de nobles magrebíes, narrador él, oyente ella. Diríase
que Tariq no deseaba que nadie más pudiera escuchar el relato.
Bien
dispuesto a la sazón, el valí obsequiaba a su invitada con el abundante caudal
de unas historias que se alejaban más y más del desenlace buscado por la dama,
la conversión. El magrebí refería ese inquietante punto en el que los bandidos
perseguían a unos cafileños que no deseaban plantarles cara, sino que buscaban
esquivarlos como buenamente fuese. La huida, en extremo azarosa a juzgar por la
narración de Tariq, proseguía a través del gran valle que conducía a Hamadán.
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