Nuevos párrafos de la
novela “Viento de furioso empuje” (Amazon), en este caso alusivos a un refugio
en el desierto de Siria donde se hallan ocultos tres hombres dedicados a la
revisión compulsiva de documentos: Aspiran a conocer dónde se encuentra un
libro profético creado en tiempos salomónicos. Los amigos Yunán y Abdelaziz llegan a ese refugio a las pocas
horas de haber sido asaltado…
Capítulo
III. La gruta del desierto
Horadada por el capricho de la naturaleza durante milenios de vientos
lacerantes, corrientes de agua cuyo rastro habíase borrado de cualquier
recuerdo humano y tórridas temperaturas capaces de resquebrajar a fuerza de
tesón el más duro basalto, la extraña gruta del desierto formaba numerosos
pasadizos laberínticos que Yunán, tras ayudar a su amigo Abdelaziz a cubrir lo
mejor posible los cuerpos de Nacor y Tobías, se dedicó a recorrer auxiliado de
una lámpara de aceite. Repuesto en parte de la tristeza y de la enorme frustración
ante la muerte del anciano y de sus ayudantes, Abdelaziz quiso acompañarle en
el recorrido.
Apenas pudieron contemplar paredes
despejadas. Excepto un recoveco que albergaba la boca de un aljibe, así como un
pequeño almacén de víveres y aceite destinado a la iluminación, más otro
recinto alejado del anterior donde vieron una hendidura a modo de letrina
tapada con una madera, casi todo el espacio disponible había sido usado para
apilar documentos. Descubrieron pergaminos a miles, trozos de vitela, tablillas
enceradas, hojas prensadas de palmera, palimpsestos y toda clase de material que
hubiese servido para escribir, como láminas metálicas, omoplatos de camello,
placas de madera, papiros…, e incluso papel.
Se distinguía un amasijo en el más perfecto desorden, revuelto sin
miramiento alguno por quienes habían asaltado el lugar en busca de un texto
preciso. Todo parecía haber sido revisado a conciencia y desechado por
inservible. Predominaban con mucho los escritos en hebreo y en arameo judío,
siríaco o persa. No faltaban documentos griegos, latinos, sánscritos, árabes,
acadios, fenicios o jeroglífico egipcio. Había una sala entera dedicada a la
Torá y al Talmud, tanto al palestinense como al babilónico, con innumerables
rollos de Midras. A la par se observaban cuantiosos volúmenes sapienciales,
que incluían los libros de los Reyes, Paralipómenos, el Cantar de los
Cantares y el libro de la Sabiduría, entre otros. Los textos se apreciaban
leídos y releídos, repasados meticulosamente hasta el punto de no resultar
extraño advertir abundantes anotaciones marginales y pliegos manchados de
restos de alimentos.
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