En esta segunda parte se aclaran muchos de los enigmas que quedaron en el aire, incluso se le da un nuevo impulso a la cuestión de fondo más valorada por quienes han leído la obra: el canto a la amistad y la lealtad que se desprende del comportamiento en sus personajes principales, fin último de un relato que quise ubicar en una época, siglo VIII, donde en Hispania se respiraba mucha rivalidad y en no pocas ocasiones el mayor odio, de ahí que el afecto entre personas de distinta raza y religión cobre un gran valor cuando se justifica con los argumentos necesarios.
lunes, 5 de octubre de 2020
Muy agradecido por vuestra confianza
Amigos, muchas gracias a todos por
aguantar mis notas publicitarias de la 2ª edición de "Viento de furioso
empuje", con agradecimiento especial a los que la han adquirido en Amazon.
Sé que se va vendiendo porque estos señores de Amazon son formales y de vez en cuando me ingresan en cuenta lo que ellos denominan "regalías". Así que
animaros los que estéis dudosos en hincarle el diente a un ejemplar, sea
impreso en tapa blanda, en una buena edición de 563 páginas, sea en formato
Kindle, de fácil lectura incluso en un móvil de poco tamaño. Creedme si os aseguro que no os defraudará.
Como anticipo, os informo de que
estos días de confinamiento me he dedicado a documentarme a fondo y a comenzar
a escribir la segunda parte de "Viento de furioso empuje",
cuyo título provisional es "Más allá de Toledo", ciudad
clave en el desarrollo de la aventura árabe en Spanía, como así la denominaron
antes de llamarla al-Ándalus. No obstante, añado que sobre "Más allá de
Toledo" tan solo llevo escritas unas 120 páginas, de modo que os
sugiero que hagáis como yo, con perdón, y os acojáis al “dios de la paciencia”.
viernes, 31 de julio de 2020
Párrafos destacados (y 46)
Finalizo aquí la
serie de “Párrafos destacados” sobre la novela “Viento de furioso empuje” (Amazon,
tapa blanda y Kindle). Son 49 los capítulos que componen la obra y no quiero
cometer el error de desvelar antes de tiempo un final que, al decir de algunos
lectores, resulta sorprendente y deja con ganas de seguir leyendo. Lo que si
quiero reafirmar es mi agradecimiento a cuantos hayan leído esta serie en
cualquiera de los medios donde se ha ido insertando: blog y redes sociales. Un
saludo cordial.
Capítulo
XLVI. Écija
La
llegada a las proximidades de Écija propició cierta inquietud entre los componentes
de un ejército rifeño que habían ido sumando, durante los días de marcha libres
de acoso hispano, un descomunal volumen de rutina y aburrimiento, estado de
ánimo en el que un guerrero se interesa más en no perder la comodidad del sueño
apacible, así como de los alimentos asegurados, que en la recuperación de
cuantas virtudes y habilidades, sumadas al coraje, conceden nuevas victorias.
Camino
de la tienda del rais, Yunán percibió a través de los numerosos comentarios
oídos al paso, e incluso de alguna pregunta que le fue formulada directamente, que
los guerreros comenzaban a recobrar la tensión y aguardaban las decisiones que
aquella noche se adoptasen, donde se definiría el tipo de estrategia que iba a practicarse ante
unos vitizanos de lo más escaldados por el resultado de la batalla en Sidonia,
tan contrario a los planes de la facción goda, ya que el ejército de Tariq no
solo resultó poco menos que intacto, cuando habían previsto que se desangrase
junto al de Rodrigo, sino que en las últimas jornadas fue sumando miles de
voluntarios entre los disconformes con el proceder de la monarquía visigoda. Se
trataba, pues, de un sentimiento de agravio como consecuencia del maltrato dado
a los judíos, pero también a un buen número de hispanorromanos.
Yunán
se acercó a la tienda de Tariq, cuya dimensión era mucho más reducida que la
usada en Alcázarseguer. El agareno observó que el aposento se hallaba rodeado a
cierta distancia de una nutrida guardia y que no había ninguna otra tienda
cercana desde la que pudiera escucharse cuanto hablasen el jefe islamita y sus
aliados. El dispositivo de seguridad no acostumbraba a ser tan estricto, un
detalle que le confirmó a Yunán que en la reunión se plantearían los pormenores
de la siguiente batalla y que Tariq pretendía, además de proteger a los reunidos,
impedir que algún voluntario hispano de última hora llegase a conocer sus
planes y fueran revelados a los vitizanos de Écija.
lunes, 27 de julio de 2020
Párrafos destacados (45)
Nueva entrega de párrafos sobre la novela
histórica “Viento de furioso empuje” (a la venta en Amazon). Hoy se refieren al
capítulo XLV, donde los protagonistas especulan a diario con el hallazgo de un
carro lleno de oro y plata que desapareció en Guadalete y sobre el que llevan
varias jornadas tratando de discurrir el modo de hallarlo. ¿Razón para
semejante interés en encontrar el tesoro? Que no se produzca el enfrentamiento
dentro de las diversas facciones del ejército y se malogre la aventura en
Hispania.
Capítulo XLV. La
salamanquesa
Desde
el caserío de Bornos otras tres jornadas más fueron precisas para que el
ejército de Tariq se acercase a la ciudad de Écija, refugio de un fuerte
contingente vitizano al que cada día se agregaban nuevos combatientes que iban
convirtiéndolo en una milicia muy estimable.
Algunas
poblaciones importantes no muy alejadas de la ruta, como Osuna o Morón, semi
desguarnecidas a consecuencia de su aporte de voluntarios a Écija, fueron
ignoradas adrede en el avance del áscar rifeño. En la primera de ellas influyó
el respeto que inspiraba la fortificación situada en un cabezo cercano a la
urbe, cuyo asalto hubiera supuesto largo tiempo de asedio y la posible pérdida
de buen número de hombres. Y la segunda ciudad se soslayó igualmente al no
ofrecer un gran peligro para la retaguardia, dado que gran parte de la
población que había decidido quedarse era de ascendencia hebrea y simpatizaba
con la gente de Yaidé, así como con otros muchos voluntarios del mismo origen étnico
que fueron añadiéndose a una marcha que debía concluir en Toledo, donde se
proponían derogar la ley que permitió el abusivo reinado de Rodrigo con los
judíos hispanos.
Durante
los días de viaje, Yunán, Policronio y Hareb hablaron en más de una ocasión del
carromato del tesoro en poder de Bogud. En sus conversaciones llegaban siempre
a la conclusión de que era imposible que ese carro, de grandes dimensiones, se
encontrase integrado entre los de la expedición rifeña. Los tres practicaban
una suerte de rutina diaria a partir de cada atardecer, apenas llegados al
lugar donde la avanzadilla del ejército les reservaba un espacio para que se
instalasen. Primero asignaban el servicio de vigilancia para la noche, siempre
polémico a causa de que Limán quedaba exento no fuera el caso de que Policronio
le necesitara en sus merodeos por el campamento. Seguían con una cena caliente
preparada por Hamid, ya que durante el día comían lo primero que pillaban. Cena
que resultaba exenta igualmente para Limán debido al veto de Policronio, que
negó su presencia mediante una frase rotunda: «Come mucho y no aporta nada al
tema que más interesa». Como postre, se dedicaban a deambular en parejas
durante una o dos horas por el nuevo asentamiento del ejército, entrada ya la
noche y haciéndose los distraídos, como si paseasen. Eso sí, relevándose de dos
en dos, no fuese que por buscar un tesoro se corriera el riesgo de acabar
perdiendo el propio.
jueves, 23 de julio de 2020
Párrafos destacados (44)
En la novela histórica “Viento de furioso
empuje” (a la venta en Amazon) se describen numerosas peripecias, algunas de
ellas humorísticas, que aseguraría amenizan lo suficiente al lector y evitan
que éste se encuentre con esas páginas aburridas que, cuando abundan en una
obra, hacen que el libro se te caiga de las manos. Por otra parte, quisiera
aclarar que en esta sección de “Párrafos destacados” suelo incluir el inicio de
cada capítulo, de ahí que el humor se halle ausente, pero no demasiado alejado
a poco que se avance en la lectura.
Capítulo XLIV. El retrato de Mahoma
Yunán siguió el camino del río
durante otro buen trecho y hubo un momento en que se encontró solo. Los
guerreros no se habían acercado hasta aquella zona, demasiado alejada del
campamento, y las pocas hogueras que aún alumbraban se advertían a unos cientos
de pasos. Valoró la situación: O seguía caminando con dificultades en la
oscuridad, apenas rota por una luna que iniciaba su fase menguante, o se
decidía a volver para confirmar si Hareb había tenido mejor suerte. Entre
dudas, el joven árabe resolvió acercarse al río para refrescarse un poco y
observó que en la orilla había un surco producido por la quilla de una barca.
El descubrimiento le hizo mirar con atención hacia la otra ribera, donde le
pareció distinguir una pequeña luz entre los árboles.
Yunán no se lo pensó dos
veces, se despojó de una parte de la ropa, que ocultó como pudo, y se adentró
en el Guadalete. El curso del río era bastante ancho en aquel paraje, poco
profundo y de aguas muy tranquilas. Solo precisó nadar en un tramo de unas
treinta brazas, el resto del cauce lo cruzó a pie. Antes de llegar a la orilla
opuesta, alertado por el murmullo de unas voces, volvió a introducir su cuerpo
en el agua y observó la barca, que se hallaba varada y custodiada por tres
guerreros. Se acercó un poco más y escuchó cómo aquellos hombres departían en
lenguaje beréber con marcado acento gumara.
Yunán decidió desplazarse a la
derecha y salir del río a cierta distancia de aquellos hombres. Tomó barro de
la orilla, de aguas más estancadas en esa zona, y se frotó la parte del cuerpo
que llevaba descubierta, insistiendo en el rostro. Se quitó los calzones, los
escurrió y asimismo los embadurnó de barro. Sólo quedaba adentrarse en el
bosque, localizar a quienes usaran la antorcha y esperar a que no se hubiesen
reunido allí para tratar algún asunto insustancial de los muchos posibles.
sábado, 18 de julio de 2020
Párrafos destacados (43)
En el capítulo
XLIII de “Viento de furioso empuje” (a la venta en Amazon, tapa blanda y
Kindle) se describe la llegada a la aldea de Bornos, a medio camino entre
Guadalete y Écija, escenario de la siguiente gran batalla. En la obra comienza
a adivinarse que se acerca el desenlace, punto en el que los enemigos de Yunán
y Tariq han sido descubiertos y se les aguarda prevenidos para darles su merecido en la siguiente maldad que practiquen.
Capítulo
XLIII. Bornos
Igual que si se hubiesen citado exprofeso
para iniciar un devaneo, la noche y los carros del tesoro se reunieron en
Bornos. En realidad, primero llegó la noche, ardiente y remolona como las afectas
al mes de julio, sus sombras le ofrecieron a Yunán la oportunidad de contemplar
una llanura[1]
salpicada de hogueras destinadas a la iluminación del ejército y a preparar
cualquier carne que pudiera asarse.
Cada hoguera de las márgenes
del Guadalete, así se acreditaba al verlas de cerca, permitía la concurrencia
de un buen puñado de guerreros rifeños que comían alejados del fuego o habían
comido ya y ahora bailoteaban, departían o practicaban cánticos cuyos rumores
se trasladaban hacia la cumbre de una colina cercana. Allí, en lo alto, de lo
más aturdidas en una velada de insólito bullicio, surgían dos docenas de casas
que miraban al valle y que se dispersaban a las afueras de un caserón mal
amurallado que tampoco perdía de vista el ajetreo nocturno.
Poco antes de entrar en Bornos,
el agareno y los suyos fueron interceptados por la guardia de Tariq, que les
abrió paso a través de un camino muy concurrido, ceñido a la orilla del río y
que, a juzgar por el nutrido discurrir a barullo, lo usaba medio ejército para
ir en busca de agua o para dar de beber a las caballerías, sin contar que no
pocos guerreros lavaban sus cuerpos o sus ropas en otra zona algo más alejada
corriente abajo.
Al final del camino, que
recorrieron no sin esfuerzo y algún conato de disputa con quienes debían
echarse a un lado para dejar paso, la expeditiva guardia del rais acabó conduciéndoles hasta el
pie de la colina, donde un oficial mantenía reservado el lugar apropiado para
que los carros del tesoro se instalasen distanciados del ir y venir de la
muchedumbre.
Llegaron tarde y fatigosos, de mal humor.
En la primera jornada de marcha se habían producido unos cuantos incidentes que
afectaron sobre todo a Policronio. Por si no hubiese bastado tanta peripecia,
los hombres de Zaide acabaron alcanzándoles cerca de Bornos y hubo sus más y
sus menos con ellos. Yunán, que al ver llegar la mezcolanza aconsejó prudencia,
no pudo evitar que entre la masa de retaguardia surgiera alguna que otra voz
disimulada, sin rostro, que injurió cuanto pudo: «¡Ladrones, parte de lo que
ahí lleváis es nuestro! ¡Dadnos un carro! ¡Se nota que tenéis demasiado miedo a
ser pobres, que os aproveche vuestra codicia!».
A las injurias, mal reprendidas por los
oficiales de Zaide a juicio de Policronio, no faltaron réplicas con frases
vejatorias de similar índole: «¡El valor y la ganancia van unidos!, ¿qué
demonios habéis ganado vosotros? ¡Enseñadnos vuestras heridas! ¡Preguntadles a
los muertos cuál debería de ser vuestra parte!». De modo que Yunán, que acabó
pidiéndole a Zaide que hiciese un alto para evitar males mayores, así que pudo
juntó las carretas en el lugar de acampada, montó la guardia alrededor e
instruyó a sus hombres para que no deambularan por el valle en busca de este o
aquel amigo. «Nada de sumarse a los cánticos y a la bulla —fue la consigna—,
nuestro trabajo consiste en velar por los bienes de la Umma, el trabajo
de los que ahora cantan o se divierten llegará mañana o cualquier otro día en
las batallas que deban librarse».
[1] Llanura: La
llanura del relato se corresponde en la actualidad con el embalse de Bornos.
Hay quien sugiere que en dicha llanura se libró la llamada batalla de
Guadalete, si bien no parece demasiado acreditado.
martes, 14 de julio de 2020
Párrafos destacados (42)
El capítulo XLII
de la novela “Viento de furioso empuje” (Amazon) relata diversas peripecias que
se suceden a lo largo de una calzada romana, casi en desuso a causa de su
lamentable estado, que los integrantes del ejército de Tariq decidieron usar sin
que se haya llegado a conocer la razón. Los miles de hombres iban maldiciendo a
cada paso que daban, mientras que el calor tórrido de julio mortificaba sus
cuerpos.
Capítulo XLII. La calzada
Según avanzaban las horas,
tórridas y calmas de brisa, la calzada iba estropeándose sin disimulo alguno.
Yunán y sus hombres, que llevaban algún tiempo circulando a buen ritmo y habían
recuperado casi todo el terreno perdido, se adentraron en otro condado[1]
donde era evidente que el vicario comarcal no había puesto nada de su parte
para corregir los muchos defectos de la vía, en la que comenzaron a aparecer
numerosas grietas y desigualdades, cuando no algún hundimiento atribuible a las
lluvias recientes, que impedían se circulase con facilidad. Y en las zonas que
se conservaban más intactas, como si la adversidad tratara de impedirles la
entrada en el territorio, los carros que les precedían habían ocasionado
profundas rodadas en un camino de tierra que en su tiempo fue empedrado y que
ahora, transformado en el más notable ejemplo de la prolongada desidia del
vicario, utilizaban solo quienes no tenían otra opción.
Las condiciones de una calzada
venida muy a menos, en resumidas cuentas, determinaron que fuese ineludible
avanzar maltratados, de ahí que los viajeros escogiesen a menudo echar pie a
tierra y caminar un buen trecho con la intención de dar una tregua a sus
desencajados huesos; eso sí, adaptando la marcha al paso de buey de toda una
expedición compuesta de más de veinte mil personas. A semejantes incomodidades,
capaces de soliviantar a cualquiera que las hubiese soportado en horas de tanto
bochorno, se sumaban las pestilencias de los numerosos cagajones de la
caballería, del orín secretado por tantos miles de cuadrúpedos y de los restos
de alimentos abandonados por los innumerables guerreros que marchaban delante,
a quienes la comida, podrida a causa del sofocante calor[2],
se les estropeaba en las manos.
Dos caballos desbocados, asustados por
alguna razón y llevados del instinto de volver al último establo, cruzaron
raudos entre el grupo de Yunán y bien poco faltó para que ocasionaran una
desgracia irreparable. Uno de los animales chocó con un costado de la primera
galera y estuvo a punto de volcarla al coincidir en que se hallaba algo inclinada
al penetrar en una rodada, suerte que Limán interpuso su enorme montura de
batalla y evitó que el choque fuese mayor. Con todo, el carro donde viajaba Policronio permaneció unos instantes con
dos de sus ruedas en el aire.
El susto fue tremendo, Pieles
saltó del pescante, arrolló un buen tramo de boñiga y se lastimó el hombro.
Limán cayó de su montura, quedó sujeto al estribo y fue arrastrado de bruces en
medio de la inmundicia. Y Policronio, que acababa de subir a la trasera del
carro para interrogar desde allí a unos hombrecillos que ya consideraba maduros
después de tan larga caminata, rebotó a la vía tras acoger en pleno rostro el
impacto de una jarra que viajaba suelta y que le dejó un ojo amoratado. Los
enanos, no obstante, fueron quienes recibieron la peor parte del encontronazo,
puesto que salieron despedidos a la cuneta, donde se precipitaron contra una
gran mata de ortigas moheñas y acabaron su trayectoria, al estirarse la cuerda
con la que iban atados, amorrándose a los restos podridos de unas docenas de
aves desplumadas que algún cocinero, carente de olfato y poco previsor respecto
a la sal[3],
había abandonado deprisa y corriendo antes de que sus comensales lo ejecutasen
tumultuariamente.
[1] Condado
(condado-civitate): Se trata del territorio que conocemos como
provincia-condado para distinguirlo de la provincia-ducado. La división
territorial visigoda fue básicamente la misma que la romana, si bien se crearon
condados a partir de la autonomía progresiva de algunas ciudades y su entorno.
A su vez fueron desaparecieron las demarcaciones territoriales romanas
denominadas conventos jurídicos. Un ejemplo de provincia-ducado sería la
Bética, que en la época de Augusto comprendía 175 ciudades y estaba dividida en
cuatro conventos jurídicos con capitales en Sevilla, Écija, Córdoba y Cádiz,
las cuales pasaron a ser sedes, ya en época visigoda, de sus respectivos
condados, a cuyo frente se situaban un conde, un juez o un obispo, siempre
dependientes del duque de la provincia, que se instaló primero en Córdoba y más
tarde en Sevilla. Los condados, a su vez, estaban divididos en territorios
menores llamados vicus (equivalentes a comarcas), regidos por un legado que
ostentaba el título no hereditario de iudex vicarius.
[2] Calor: La
escena transcurre a finales de julio, no lejos de Écija, apodada “la sartén de
Andalucía”, zona donde se llegan a alcanzar temperaturas cercanas a 50 grados
centígrados en esa época del año.
[3] Sal: En la época que nos ocupa, la
sal era un componente esencial en la conservación de los alimentos. Muchas de
las epidemias de la edad media se originaron tras una escasez de sal, de ahí
que en las grandes ciudades, como Damasco, existiese un mercado exclusivo para
la venta de sal.
viernes, 10 de julio de 2020
Párrafos destacados (41)
En el capítulo de hoy de “Viento de furioso empuje” (Amazon), se
describen algunas de las peripecias de Policronio, un personaje dicharachero y revoltoso
que complementa a la perfección, a causa del acusado contraste, al resto de los
personajes más significados. Algunos de mis amigos que han leído la novela
dicen que la irrupción de Policronio en la obra se corresponde con los pasajes
más divertidos. Uno de esos amigos, Rafael Guerra, afirma en su crítica: “Viento
de furioso empuje” destila también un estimable sentido del humor que en
ocasiones puede provocar en el lector franca carcajada.
Capítulo XLI. Uvas pasas y apolilladas
Los carros del tesoro
continuaron la marcha durante más de una hora. Policronio escuchaba a veces,
sobre todo en los últimos instantes, ciertos rumores o frases de reproche que
se dirigían los hombrecillos entre sí y que creía motivadas por el cansancio de
una gran caminata a buen ritmo. Cuando a sus oídos llegó clara la expresión de
uno de los enanos: «¡Qué culpa tengo yo de todo esto!», el bizantino despertó
de la consternación provocada por el compromiso de abandonar la bebida y, sobre
todo, del roce habido con su patrón. Así que se animó un poco, se estiró para
desperezarse del duro asiento de la galera y justo en ese instante, al sentir
una punzada en el cuello, reparó en que lo llevaba vendado.
El descubrimiento hizo que
Policronio saltase del carro, montara en su caballo, que aún permanecía atado
junto al pescante, y se dirigiera hacia la cabeza de la columna, donde
cabalgaba Yunán, al que le preguntó intrigado.
—¡Yunán, estoy herido en el cuello! ¿Tú
sabes qué me ha pasado? ¿Por eso dijiste que no me enteraba de las cosas que realmente
ocurrían? ¿Tiene alguna relación con los enanos? ¡Antes no me has dicho por qué
van atados! ¿Qué pasa aquí?
Yunán había advertido a lo lejos el
decaimiento de Policronio durante la última hora y, aun así, prefirió no
alentarle. Debería ser él mismo, con esfuerzo de carácter, quien superara las
consecuencias de su promesa. Ahora, ante el manojo de preguntas que su amigo le
formulaba, disparadas todas al unísono según costumbre, llegó a la conclusión
de que comenzaba a recuperar su talante habitual de querer saberlo todo en el
acto y al dedillo. Casi había vuelto a la normalidad, al menos por el momento.
domingo, 5 de julio de 2020
Párrafos destacados (40)
Al llegar al
capítulo XL de “Viento de furioso empuje” (a la venta en Amazon, tapa blanda de
563 páginas en una gran edición por 16,34€ y Kindle por 3,55€, aplicación de
muy fácil lectura en lectores de libros o en cualquier tipo de móvil), podremos
averiguar el recorrido que utilizó el ejército de Tariq para llegar a la ciudad
de Écija, donde se había refugiado el ejército de los vitizanos. Al mismo
tiempo, tendremos ocasión de disfrutar de las mil y una peripecias que precisó
afrontar Policronio para no salir maltrecho ante tres hombrecillos ataviados
con hábitos de fraile.
Capítulo
XL. Los
frailecillos
Tariq anunció a su ejército
el inicio de la marcha hacia el interior del reino hispano. Ante la decisión de
prolongar la aventura se establecieron dos facciones claramente desiguales. De
un lado se situaron los partidarios de volver a África, satisfechos con los
bienes alcanzados; del otro, mayoritario y ávido —que la codicia jamás sacia su
voraz apetito—, se apostaron quienes apetecían un bienestar que presentían
ilimitado y que acaso concluiría en opulencia.
La de Hispania era una tierra como jamás
habían soñado. Aun cuando se hablaba de que la llegada coincidía con tiempos de
penuria, lo cierto es que se descubría riqueza por doquier. Fuese por las
lluvias tardías de primavera, fuese por los incontables arroyos y ríos, los
campos permanecían verdes y pródigos, ofreciendo sus frutos de verano a quienes
desearan alcanzarlos. Incluso el abundante ganado que los rifeños observaban a
su paso, con frecuencia disperso entre los encinares o el mar de olivos,
retozaba mansamente o sesteaba tras cada bocado de herbaje.
Guiados por hombres de confianza,
conocedores del territorio y extraídos muchos de ellos de las comunidades
judías, el ejército de Tariq, que para entonces sumaba varios miles de
voluntarios resueltos a eludir la férrea servidumbre al amo godo o al magnate
hispanorromano, comenzó a seguir una vieja calzada[1]
que debía llevarles al encuentro con las fuerzas del arzobispo Oppas. Éstas,
desalentadas ante las noticias poco favorables, se habían refugiado en la
ciudad de Écija, importante villa amurallada a orillas del río Genil. A no mucha
distancia de Écija se hallaba Córdoba, población principal de la zona que
algunas semanas atrás avitualló al ejército de Rodrigo y que hoy malvivía con
lo justo. Así, Écija se había convertido en la llave de Toledo.
[1] Calzada: En su
desplazamiento hacia Toledo, Tariq tuvo la opción de usar un gran tramo de la
Vía Augusta (principal calzada de la época), tomándola a la altura de Lebrija
(Nabrissa) e incluso
antes, para luego seguir con cierta comodidad hasta Linares (Ad Aras), donde la calzada se
alejaba de la ruta del musulmán y se dirigía hacia Cartagena (Carthago Nova o Karthagine Spartaria).
Por razones que se desconocen, Tariq prefirió escoger calzadas secundarias que
le llevaron hasta Toledo.
jueves, 2 de julio de 2020
Párrafos destacados (39)
El capítulo de
hoy de “Viento de furioso empuje” (Amazon, tapa blanda y Kindle) se inicia con
la descripción del escenario tras la batalla de Guadalete. Un escenario, castigado
a conciencia por tres días de lluvia, que había quedado embarrado y lleno de
desolación entre los supervivientes como consecuencia de la tristeza causada
por la pérdida de tantas vidas.
Capítulo XXXIX. Tras la batalla
La
lluvia comenzó a caer al día siguiente de haber cesado la batalla, tres días
atrás. Al principio apareció copiosa y coincidió con el amanecer, igual que los
lagrimones de un niño que estalla a llorar apenas se despierta. Iba acompañada
de truenos y relámpagos abundantes, a modo de esos gemidos intensos y
desgarradores que suelen distinguir a la tormenta y al sollozo infantil
enfebrecido. Luego la lluvia siguió profusa, continua, quiso verter su caudal
de lágrimas y de aflicción ante la irreparable pérdida de tantas vidas humanas.
Más tarde, pausadamente, el sentimiento de dolor fue calmando y la lluvia se
hizo llovizna. Al fin, tan apaciguada como exhausta, la tristeza quedó apenas
en un chispear resignado. Fueron tres días y tres noches de profundo
desconsuelo, de lágrimas de ángel vertidas sobre la sangre.
Sembrado
de desolación, con numerosas huellas de acciones guerreras, el campo de Sidonia
habíase convertido en un lodazal intransitable donde el agua acumulada impedía
cerrar las fosas comunes en las que Tariq, así fue consciente de su victoria,
había ordenado depositar los restos de quienes sucumbieron en la lucha. El rais
no deseaba que la llegada del sol y el calor sofocante corrompieran los cuerpos
de unos valientes cuya triste suerte no merecía nutrir a toda fuente de
epidemias.
Aún se
vivía con sobresalto. Aún se trataba de identificar, en ese cuarto día gris y
neblinoso, a cualquier combatiente que deambulase semiembarrado por la
llanura, quien venía a ser algún malherido vuelto en sí tras largas horas de desmayo
y fiebre o algún enterrador rezagado y más que harto de reparar una y otra vez
las tumbas. El oficio de sepulturero no tenía fin. Tariq no había previsto que
sus prisioneros y aun sus propios hombres, agotados en el combate, excavarían
unas sepulturas tan rudimentarias, tan para salir del paso, que la escorrentía
removería la tierra, exhumaría cadáveres humanos o animales desmañadamente
soterrados y acabaría por llevarlos hasta el río, donde algunos cuerpos
flotaron en dirección al mar.
martes, 30 de junio de 2020
Párrafos destacados (38)
En el capítulo 38 de “Viento de furioso empuje” (A
la venta en Amazon, tapa blanda y Kindle) comienza el desenlace de una obra
histórica, documentada a fondo, cuyo meollo es la llamada batalla de Guadalete,
librada en julio del 711. A la novela, además de la necesaria veracidad historiográfica
para hacerla creíble, se le suman las características propias de un relato ideado
para que fuese lo más ameno posible: fantasía, hechos milagrosos, episodios
dramáticos, careos religiosos entre el islam y el cristianismo, amores
imposibles, canto a la amistad y un largo etcétera de aspectos que, desde el
capítulo uno, se han escrito buscando el relato total.
Capítulo XXXVIII. Guadalete
Llanos de Sidonia, octavo
amanecer desde que los ejércitos se avistaron.
Durante
los días que antecedieron a la gran batalla, casi siempre a la caída de la
tarde, las huestes de Tariq lograron hostigar en diversas ocasiones a los
hombres del rey. Los rifeños arremetieron lo necesario para hacer creíbles unos
ataques, con frecuencia atolondrados, que solían abandonar de improviso y a
favor de la cercana noche. Se trataba de evitar el choque decisivo. En esas
aparatosas retiradas, adornadas ex profeso de cobardía, el ejército berberisco
jamás llegó a mostrar sus arcos y usaron siempre sus peores cabalgaduras, sus
armas más sencillas y sus vestimentas más harapientas. Al decir de Tariq, los
visigodos debían ser convencidos de que sus atacantes no eran más que una banda
de zarrapastrosos. Considerables en número, si se quiere; tan cargantes y
alborotadores como se pretendiera ver, a la par que inoportunos y codiciosos,
pero harapientos y pelafustanes al fin y al cabo.
Contaba
en el modo de proceder del rais respecto
a sus rivales, además del deseo de atizarles el engreimiento —que la vanidad
ensombrece innúmeras virtudes—, la necesidad de entretenerles para que
transcurrieran casi indemnes las jornadas necesarias. Así, pues, Tariq decidió
recurrir a pequeñas algaras que fueron repelidas sin gran esfuerzo por los
hombres del rey, lo que entre los godos constituyó una forma de diversión
diaria que no dudaron en celebrar a lo grande mientras caían en la convicción
del desgaste y el miedo que ocasionaban a los invasores. Cada uno de los
pequeños triunfos ante los andrajosos rifeños, muy magnificados en el bando
real, daba pie para sazonar la velada con frases de encarecimiento acerca de la
propia valía.
Había que esperar a que los refuerzos llegasen
de África, pero no como una concesión a Manfredo, sino con la intención de
reservar esas tropas para ser usadas en caso de apuro contra Rodrigo o bien en
misiones secundarias de las que dependía un proyecto islamita que iba mucho
más allá de Sidonia.
sábado, 27 de junio de 2020
Párrafos destacados (37)
Los párrafos más
dramáticos de “Viento de furioso empuje” (Amazon, tapa blanda y Kindle) se
corresponden con la descripción de las sucesivas batallas que deben librar el rifeño
Tariq o el visigodo Witerico hasta llegar a Toledo, la Tulaytulah
que el librero ciego de Damasco le indicó a Yunán como destino final de su
apasionante misión.
Capítulo XXXVII. Se aproxima la batalla
El
comienzo del estío se dejaba sentir con fuerza en el campamento de Tariq, julio
concurría a pasos agigantados hacia los territorios del sur de Hispania y
las fogatas nocturnas de Entre Ríos, enemistadas con la brisa refrescante,
solían apagarse con rapidez apenas usadas para elaborar el sustento.
El rais musulmán
acostumbraba a reunirse hacia el atardecer con algunos de sus aliados. A veces
acudía Regina y aun el propio Manfredo, ahora más dispuesto a secundar, al
menos en apariencia, las directrices del general beréber. Charlaban acerca de
lo que se sabía de Rodrigo, el precavido rey que al cabo de varios meses no había
querido acercarse a la zona del estrecho y que, según los agentes de Tariq
desplazados para vigilarle, permanecía en Córdoba a la espera de las tropas
procedentes de las provincias nororientales. Tales circunstancias alegraban
las veladas entre Tariq y sus
invitados, ya que suponía que al frente de las fuerzas de la Septimania y la
Tarraconense avanzaban jefes adictos a la facción vitizana, quienes a plena
luz debían figurar unidos al rey y hacerle creer que disponía de gente más que
sobrada.
Raro era
el día, entretanto, que a la comarca de Entre Ríos no llegaba algún pequeño
grupo de voluntarios con la intención de sumarse a lo que suponían un ejército
destinado a derrocar a Rodrigo. Muchos de ellos procedían de Sevilla, rica y
culta ciudad de la Bética en la que el obispo Oppas había sido prelado y en la
que abundaban los núcleos romanizantes rivales del rey, un personaje más
propenso a repartir el poder entre las facciones góticas situadas en la zona
central del reino visigodo. Los voluntarios hispalenses que se incorporaban,
sumados tras la noticia de la derrota de Bencio, solían llegar acompañados de
numerosas caballerías con las que incluso aprovechaban para mercadear. Se
trataba de monturas espléndidas, tan gráciles como veloces, que Tariq aceptaba
con agrado y que recompensaba con no poca largueza.
jueves, 25 de junio de 2020
Párrafos destacados (36)
Una nueva
entrega de párrafos destacados sobre la novela “Viento de furioso empuje”
(Amazon, tapa blanda y Kindle), que hoy se corresponden al inicio del capítulo XXXVI,
titulado Manfredo, un noble visigodo que pertenecía a la facción
vitizana, la cual le había nombrado corregente del reino en unión del obispo Oppas,
hermano del fallecido rey Witiza.
Capítulo XXXVI. Manfredo
Algo
semejante a un rosario de escollos había entorpecido desde hacía años la
empresa que Tariq se propuso, atribuida a un encargo divino. En el presente,
instalado al fin en la Tierra Grande
y al mando de un ejército bien instruido, el rais magrebí advertía nuevos
obstáculos para la realización de su anhelado propósito. Los impedimentos
surgían esta vez de un personaje recién llegado a la bahía de la Isla Verde[1],
su nombre... Manfredo.
Fue el
noble Witerico, brillante militar y segundo hijo del fallecido conde Fredebaldo[2], quien a
instancias de Tariq se encomendó la tarea de persuadir a Manfredo para que se
mantuviera al margen. El mando de las tropas debía ser único y era preciso,
sobre todo, que recayese en un hombre idóneo. Los miles de guerreros acampados
en Algeciras, salvo Manfredo y la gente recién llegada con él, señalaban a
Tariq como ese hombre. Y por razones bien difusas que Yunán no alcanzaba a
comprender, Witerico era el primero en aceptar la autoridad de Tariq ben Ziyad.
Decidido
a permanecer alejado de las intrigas y codazos godos, Yunán creía que su papel
en el escenario de Hispania, al menos hasta que tuviese alguna oportunidad para
buscar el libro, se correspondía con el de un simple circunstante o espectador
privilegiado que anotaría cuantos sucesos relevantes le fueran dados contemplar.
Así, con esa idea de percibirlo todo y de anotarlo inicialmente en su mente o
en ciertos apuntes más o menos dispersos, lo que de paso formaría parte de un
aprendizaje adquirido cerca de los que ostentaban poder, el jerife aceptó la
invitación de su amigo Witerico para acompañarle a una reunión con el duque.
[1] Algeciras. En
árabe, Al-Ŷazira al-Jadra, "la isla
verde". Ciudad fundada por Tariq y edificada a partir de las ruinas romanas
de Carteia, que a su vez se asentaba sobre otro núcleo más antiguo de origen
púnico.
[2] Fredebaldo: Se
cree que el conde Fredebaldo, importante personaje de la nobleza toledana
sujeto a Witiza, fue desterrado de Toledo por el rey Rodrigo. El conde, al que le
siguieron al exilio buena parte de sus fieles, se puso al servicio de Aquila en
la Tarraconense y luchó junto al duque Requesindo en el enfrentamiento contra
el rey. Fredebaldo salió malherido de la batalla y buscó refugio cerca de Barcelona,
donde falleció al poco tiempo.
lunes, 22 de junio de 2020
Párrafos destacados (35)
Una nueva
selección de párrafos de la novela histórica “Viento de furioso empuje” (a la
venta en Amazon, tapa blanda y Kindle). Recurro en este caso al inicio del
capítulo XXXV, donde Yunán, el protagonista más destacado de la obra, medita
sobre la violencia que algunos musulmanes pretenden justificar a través de la llamada
guerra santa.
Capítulo XXXV. ¡Oficial,
nada menos!
El desenlace favorable en el
combate transfirió un reguero de euforia a la mente de Yunán. A ese impulso
optimista también se había unido la jocosidad que el susceptible Policronio despertó
entre sus amigos. Se sintieron satisfechos durante largo rato; pero ahora, ya
en frío, transcurrido cierto tiempo desde el final de la batalla, no resultaba
extraño que la conciencia del agareno le reprochase haber tomado parte en unos
sucesos tan violentos.
Mientras
Policronio se reponía del desvanecimiento y Witerico se interesaba en sus bucelarios
heridos, pendiente de acercarse igualmente a las casas donde la gente del
pueblo iba acomodando a los numerosos lesionados de Wiliesindo, Yunán tan solo
deseó buscar un rincón apartado de la sinagoga para echarse a descansar y sobre
todo a meditar.
«Debería
sentirme mal y no es así. Reconozco que me afecta mucho haber atentado contra
mis semejantes, aunque no percibo ese abatimiento que aseguran les invade a los
que han dado muerte por su propia mano. ¿Qué justificará mi falta de compasión?
¿Habrá influido el deseo de evitar que mis amigos perezcan? ¿Ayudará a matar el
arrebato de la lucha? Lo cierto es que Policronio casi se desangra y ni
siquiera se había percatado de la herida. ¿Será el hecho de proceder alejado de
los rivales, sin advertir el estertor del que agoniza? Las flechas representan
fielmente su misión mortífera, casi tanto como el sable que degüella al
enemigo, pero al lanzarlas tan solo se oye el silbido inicial y no llega a
escucharse el impacto en el cuerpo que la acoge. ¿Contribuirá mi insensatez a
que sienta indiferencia ante la muerte de un hombre? Siempre he querido huir de
este odioso defecto, pero temo que me acompañará con demasiada frecuencia.
¿Seré presa, quizás, del espíritu que anima al combatiente de la guerra santa?
¡Qué desvarío, los pensamientos me traicionan a veces! ¿Cómo he podido
justificar la destrucción de la vida mediante una supuesta guerra santa? ¿Santa?
Aseguraría que cualquier guerrero dispuesto a secundar una causa que considere
justa está persuadido de tener de su parte el amparo del Cielo. No, no es
posible creer en esa guerra ni en cualquier otra, y menos aún catalogarla de
santa. ¡Qué desvarío! Algunos intérpretes del islam dogmatizan sobre tales
creencias, pero yo no concibo hacer cuestión de fe la pérdida irreparable de
vidas. Temo que mis muchas dudas no se aclaren hoy, incluso es posible que me
acompañen siempre, como mis numerosos defectos. Sí, he aquí la respuesta del
momento: Seguiré el curso de mi existencia y me esforzaré siempre en obrar del
modo que considere más honesto. A sabiendas de que, incluso sin proponérmelo,
en más de una ocasión lastimaré a otras personas. Estoy comenzando a descubrir
que es imposible vivir y relacionarse sin producir algún daño. Y el sufrimiento
ajeno, si sé advertirlo a tiempo, deberá guiar mi deseo sincero de remediarlo a
al menos de no avivarlo».
viernes, 19 de junio de 2020
Párrafos destacados (34)
En la novela histórica “Viento
de furioso empuje” (a la venta en Amazon, tapa blanda y Kindle) se ha alcanzado
el capítulo XXXIV, alusivo a un combate entre los bucelarios del toledano
Witerico, donde se integran Yunán y Policronio, y las tropas del visigodo Wiliesindo,
un noble comarcal cuyas tierras, con capital en Alcalá de los Gazules, abarcan hasta
la población de Terromontero de Valeria o de los judíos, lugar de la sangrienta
refriega.
Capítulo
XXXIV. Refriega en Terromontero
No bien
comenzaron a alumbrar las primeras luces del día, madrugadoras y cálidas, pudo
advertirse en Terromontero de Valeria que aquella mañana de mayo transcurriría
ausente de inclemencias en la temperie. Los oficiales del escuadrón,
respondiendo a ese amanecer, apremiaron a sus hombres para que se aprestasen.
Los
sentidos se inundaron de voces adormecidas y desperezos de los soldados, del ir
y venir a la fuente para asearse o a la ladera cercana a realizar necesidades.
También del crepitar de leña ardiendo y el humo de las fogatas mezclado con
exhalaciones de las caballerías; de toses y carraspeos secuelas de alguna
ebriedad mal dormida; del deambular entre las monturas suministrándoles forraje
o llevándolas al cercano abrevadero. Más tarde, del aroma a pan caliente y
leche hirviendo, del olisqueo vivificador de embutidos y huevos friéndose…
Los movimientos, efluvios, sonidos y voces
señalaron a Yunán que la vida renacía un día más en Hispania, el país donde el
sol se despide de los hombres y de las naciones
martes, 16 de junio de 2020
Párrafos destacados (33)
Los párrafos de
hoy sobre “Viento de furiosos empuje” (A la venta en Amazon) corresponden a la
llegada a tierra firme de Yunán y Policronio. Desembarcan en un paraje de la
bahía de Algeciras, cercano a la antigua localidad romana de Carteia, población
venida muy a menos a causa de la piratería y que sirvió como primer refugio a
las fuerzas de Tariq.
Capítulo XXXIII. Terromontero de los judíos
Un nuevo día del islam en
Hispania.
Viento
impetuoso en el estrecho que llegaba más sereno al interior de la bahía de
Algeciras y dispersaba su aliento, casi extenuado, en los valles de tierra
adentro. Cielo surtido de nubes cabalgando a horcajadas del resuello marino,
siempre de brisa tenaz y a veces frescachón en no pocos de sus arrebatos.
Espíritus alterados ante la llegada a una tierra tan cercana como extraña y
ante el riesgo manifiesto de acciones guerreras.
Las
naves fondearon en el paraje llamado Entre Ríos, adyacente al poblado de Carteia. Yunán y Policronio pisaron
tierra firme mediada la mañana. Junto a ellos, desembarcaron más de mil
hombres, musulmanes en su mayoría. Abdalmalik, uno de los contados árabes del
contingente islamita y jefe del ejército en ausencia del rais, fue quien
confirmó a los recién llegados que Tariq había partido unas horas antes al
encuentro de Bencio.
Por otra
parte, Yunán sabía que su amigo Witerico, a quien deseaba ver para conocer su
impresión de cómo marchaba todo, fue de los que embarcó en la primera
expedición. El visigodo encabezaba un escuadrón de guerreros selectos destinados
a acuartelarse cerca del fondeadero y a efectuar salidas diarias para limpiar
de posibles adversarios los alrededores de la bahía. A diferencia de la inmensa
mayoría de los componentes del ejército de Tariq o de sus aliados rifeños,
voluntarios casi todos ellos, la característica principal de los bucelarios
vendría definida por su dedicación íntegra al servicio de las armas y su gran
preparación castrense, no en balde llevaban varios años viviendo exclusivamente
de sus soldadas y sin más labor que la de adiestrarse a fondo para el combate o
seguir las instrucciones de su señor: en este caso el toledano Witerico,
segundo hijo del fallecido conde Fredebaldo.
El
desembarco avanzaba día a día y el grueso del ejército mantenía su base en el
área de Gibraltar, pendientes de la vuelta de Tariq. Así transcurrieron otras
tres jornadas sin que hubiesen llegado noticias sobre la suerte del
enfrentamiento con el conde Bencio. Witerico y sus hombres, que cada vez
abarcaron un territorio más amplio, no lograron divisar huellas de ningún
contingente enemigo ni localizar mensajeros del rais. La incertidumbre
fue extendiéndose entre los acampados y comenzó a circular todo tipo de rumores,
así como diversas soluciones para lo que se consideraba un problema muy serio,
entre las que prevalecía la necesidad de salir en ayuda de Tariq. Pero el rais, a través del aqídum[1]
Abdalmalik, había establecido órdenes inflexibles: «Nadie debe secundarme en el
enfrentamiento contra Bencio, es una baza que deseo jugar al límite para
demostraros de lo que somos capaces. Si tardo más de una semana en regresar o
en enviaros informes, eso significará que he sido derrotado. En tal caso, no lo
dudéis ni un momento y volveros a África».
domingo, 14 de junio de 2020
Párrafos destacados (32)
En el capítulo 32 de “Viento de
furioso empuje” (a la venta en Amazon) se inicia la invasión de Hispania, una
aventura trágica y a la par apasionante, descrita a fondo en la obra, que
cambiará durante ocho siglos el devenir del conjunto de los hispanos, convertidos
al islam algunos de ellos, como sucedió con los Banu Casi, refugiados otros más
allá de los Pirineos. El resto, tal vez los más decididos, acabaron por plantar
cara en las montañas de Asturias al mayor imperio de su tiempo: el de la dinastía
Omeya.
Capítulo XXXII. Hispania
De
voluntad antojadiza, impaciente jornadas atrás cuando ofrecía a los africanos
un señuelo de aguas rizadas que éstos fueron rechazando al no ser el momento,
el mar permanecía ahora empapado en su propio despecho y proclive a rehusar el
trato entre continentes, de ahí que decidiera exhibir su rostro colérico ante
los hombres que embarcaban en África, frente los que interpuso el obstáculo de
la marejada. Aun así, partieron las naves hacia Hispania[1].
Compuesta
de jábegas pesqueras poco seguras en la mar embravecida, la flota de
embarcaciones menores quedó inservible para el cruce del estrecho y Tariq, en
espera de que las aguas se calmasen —asunto altamente improbable en un mar en
permanente forcejeo con el levante o el poniente—, decidió utilizar tan solo
las cuatro galeras resguardadas en la ensenada de Alcázarseguer.
Meses
atrás, el valí había escogido como destino la población de Julia Traducta, llamada Tarifa en
honor del primero de los musulmanes que un año antes pasó a la Tierra Grande y conquistó riquezas.
La aventura preliminar había corrido a cargo de Tarif ben Malluk, un esforzado guerrero
al servicio de Musa sobre el que las páginas de la Historia, con independencia
de su breve correría en el campo tarifeño, pasan poco menos que de puntillas.
viernes, 12 de junio de 2020
Párrafos destacados (31)
En la novela histórica “Viento de furioso empuje” (a la venta en Amazon, tapa blanda en una excelente edición por 17,20€ y en formato Kindle por 3,55€), leemos que los protagonistas han caído prisioneros de un malvado que pretende sacrificarlos a su divinidad particular. Se dirá que nadie es bueno o malo del todo, si bien hay otra versión que concede el axioma solamente a la bondad, porque a unos pocos sujetos satánicos no es posible atribuirles ni un solo acto decente a lo largo de su repulsiva existencia.
Capítulo XXXI. La ofrenda expiatoria
Luna nueva en el Rif, cielo limpio, hialino.
Las estrellas del firmamento africano
disfrutaban la ausencia del astro de la noche y bullían de lo más joviales, a
sus anchas, satisfechas de la falta de luz del rutinario y gigantón
antagonista. Y en el fondo de los valles, asumiendo el exilio de los cielos,
algunas capas de plácida niebla ejercían la misión de cubrir las tierras
húmedas. Sayara, la urbe silente y adormecida, acaudalaba fuerzas ante el
amanecer inaplazable.
Lobreguez
y pravedad en la cripta, aire viciado, vapores de incienso inundaban el
subterráneo y ascendían indecisos al exterior de la gruta. Todo parecía
asfixiante en la guarida de Masala. Presos Yunán y Witerico, fueron conducidos
junto a Policronio y, como éste, atados de las muñecas al mismo grueso poste
clavado en el suelo, con las manos hacia atrás. Desde allí contemplaron con
detenimiento el extraño lugar de ceremonias. No se trataba de un templo,
tampoco de una sinagoga; sin embargo, lo que advirtieron les hizo suponer que el
oficiante del recinto practicaba la religión judía, o al menos una variante espuria
de esa creencia.
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