Inicio hoy una nueva sección dedicada a la novela “Viento de furioso empuje”.
En las siguientes entradas trataré de incluir una selección de aquellos
párrafos que más me satisfacen y considero representativos del conjunto de la
obra. El objetivo, debo confesarlo, es convencer al posible lector de que la novela
posee la calidad suficiente para ser adquirida y, desde luego, para disfrutarse.
Disfrute que me han expresado ya algunos de sus lectores, a los que agradezco mucho esas
opiniones.
Capítulo I. Descripción del salón de
actos del palacio califal en Damasco
Yunán acompañó al secretario y accedieron a un gran salón rectangular
cuya techumbre de alfarje, con maderas labradas y entrelazadas, se encumbraba
mediante columnatas de mármol serpentino. En el salón, además de un enjambre de
sirvientes uniformados que se movían ofreciendo refrescos y tentempiés, varias
docenas de hombres permanecían a la espera de ser recibidos por el monarca.
Algunos de esos hombres ofrecían un aspecto de sumo aburrimiento, de tedio,
sentados aquí y allá, conciliando algún sueño o alguna fantasía que les
arrimase al poder; otros, por lo común en parejas, paseaban su impaciencia a lo
largo de un itinerario zigzagueante, de pavimento algo gastado, que discurría entre
fuentezuelas y pebeteros con figuras de alcanfor.
También menudeaban, acomodados al sol de las celosías, ciertos seres de
apariencia tranquila y piadosa para quienes la oración, rosario en mano,
suponía una forma eficaz de combatir la espera, circunstancia que a veces
requería varios meses de paciencia y de rezos. Otros, en fin, daban por hecho
que serían llamados ese día a presencia del califa y ensayaban frases y frases,
a veces en tono audible para los más cercanos, con objeto de impresionar al
monarca llegado el momento.
En aquella pluralidad de
mortales de tan variado pelaje, malhumorados los más por el consabido plantón
del soberano, se advertía un grupo de individuos acerca de los cuales diríase
que formaban un gremio de expertos de la antesala. Daban la impresión —según
observó Yunán—, de no resentirse de la holganza al entretener el tiempo en el
ejercicio de la tertulia en torno a un corrillo, una forma como otra de
solucionar los problemas del mundo. Al ver cruzar al nuevo visitante camino de
la estancia contigua, varios de ese corrillo se sintieron molestos y comenzaron
a desdeñar sin disimulo alguno...
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