En relación con la novela histórica
“Viento de furioso empuje”, me gustaría destacar el panorama geoestratégico que
se vivía en la época en que discurre la obra. A simple vista, pueden observarse
dos poderes principales y algunos secundarios. De un lado tenemos al Imperio árabe,
en expansión permanente y en cualquier dirección. Del otro cabe referirse al
llamado Imperio romano de Oriente, también conocido como Bizancio, que fue
retrocediendo poco a poco, no solo por las presiones árabes, en su dominio
territorial de los países ribereños del mediterráneo. Abundemos un poco más en
las siguientes líneas:
A principios del siglo VIII,
el Imperio bizantino aún conservaba varios territorios en el sur de la
península itálica, así como las islas de Sicilia, Baleares y el exarcado de
Rávena. Dichos territorios se conocían como “Provincias latinas”, puesto que en
ellas no predominaba el idioma griego como en la parte oriental de ese Imperio.
Como rival máximo de
Bizancio en Italia, aparecía el reino de Lombardía, bien asentado en el norte
de la península y con ánimo expansionista, cuyo máximo esplendor se produjo al
arrebatar las islas de Córcega y Cerdeña a los bizantinos. Ahora bien, a
principios de ese siglo VIII el Reino lombardo aparecía más pendiente de
contener a los francos que de seguir expandiéndose hacia el sur.
Por otra parte, hubo varios
intentos auspiciados desde la nobleza de la Roma papal, que cada vez aceptaba
peor las ideas religiosas de Bizancio y la potestad de su emperador para
refrendar o no al nuevo Papa, encaminados a recuperar territorios o, al menos,
a someterlos fuertemente a su influencia religiosa.
Los árabes de Damasco, por
su parte, no desconocían del todo los movimientos de la nobleza romana, de ahí
que, entre otras razones, aflojaran periódicamente la tensión en las fronteras
con Bizancio para que el Imperio romano de Oriente pudiese “atender” las
revueltas de las Provincias latinas.
Al Imperio islámico no le
convenía una Roma fuerte, en expansión e incluso independiente de
Constantinopla, porque solo pretendía un desplazamiento del poder, es decir,
que Bizancio retrocediese gradualmente mientras ellos avanzaban. Si el enemigo bizantino
tenía dónde irse, lo más probable es que acabara marchándose. Así actuaron los
musulmanes en todas sus fronteras cuando les fue posible. Y en las batallas,
raramente aniquilaron a sus rivales, se limitaban a diezmarlos y a ponerlos en
fuga para luego pactar con ellos la capitulación y la aprobación del islam como
religión oficial.
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