Citada muy a menudo en la Biblia, Tiro se fundó probablemente en el tercer milenio antes de Cristo. |
Inicio del capítulo VII
Apenas quedaba una hora para que se cerrasen
las puertas de la ciudad de Tiro. Las negruras de la noche, desconsoladas a
perpetuidad ante el perdido esplendor de la urbe, no tardarían en deambular
entre sus calles angostas y milenarias. A esas sombras se unirían, a modo de
consortes nocturnos, el cendal de la bruma marina impregnándolo todo de gris,
los olores del salitre y el alquitrán de calafate y ciertos ecos que el mar,
como realces sonoros de toda ciudad portuaria, hace llegar a tierra mediante el
frémito del oleaje rompiente en la escollera o el clamor que las gaviotas
corean para atraerse y que a veces se identifica con el llanto de un niño de pecho.
Entraron en la
población y se dirigieron rectos a la posada que ben Musa dijo conocer. El
posadero, un hombre cincuentón de aspecto cansado, con cabeza de tarro, cráneo
calvo, barba muy tupida y origen heleno, les recibió usando mil zalamerías
empalagosas y les indicó el lugar del patio interior donde podían situar el
carro, asunto a lo que Abdelaziz se dedicó personalmente: Desde el suelo sujetó
con ambas manos el bocado de las mulas y con habilidad las hizo maniobrar. La
acción fue casi impecable, como ensayada, un hecho que le demostró a Yunán la
experiencia que su amigo poseía y de la que podía deducirse que había
introducido más de un carro en ese patio.
Se aseguraron de que
los víveres y libros quedaban bien situados y al cuidado de uno de los
ayudantes, que debía montar guardia hasta que fuese relevado. Acomodaron las
caballerías en la cuadra, asignaron camastros en la planta baja para la gente
de Abdelaziz y para el anciano Hamid y los dos amigos siguieron al posadero
hacia una habitación del segundo piso.
Fue el mismo
posadero, resoplando sus años y su engrosado cuerpo, el que lámpara en mano les
guió escaleras arriba mientras definía la situación de su negocio:
-Mi señor Abdelaziz,
te ruego que me disculpes al no ofrecerte tu estancia de otras visitas, la
tengo ocupada desde hace tiempo por dos hombres que dicen ser nobles y que aguardan
una importante provisión de caudales.
El posadero se paró
en el descansillo de la primera planta, prendió la mecha de otra lámpara de
aceite colgada en la pared y señaló hacia la habitación aludida.
-En ese caso, amigo
Ulpiano, si hace tiempo que habitan mi antigua estancia no parece conveniente
que les desalojes, ya que su buen dinero te habrán dado a ganar.
-Ahí radica el
problema, señor, salvo el adelanto de la primera semana no he visto de ellos ni
un solo dirham. Sospecho que su nobleza y su plata se hallan en algún lugar
llamado ninguna parte, desde donde se tarda más de la cuenta en llegar hasta
Tiro y un tanto de añadidura hasta esta posada. ¡Estúpido de mí por confiar a
ciegas en las apariencias!