Los párrafos siguientes corresponden al capítulo IX
Yunán reparó en lo paradójico de sus
recientes planes. Las circunstancias habían desbaratado el sugestivo viaje a
las pirámides y a la ciudad campamento de Fustat, capital de la provincia de
Egipto. A cambio, no esperaba algo distinto a un callejeo urbano durante varias
noches, que a lo sumo le haría observar la marginalidad de los alrededores del
puerto de Alejandría, urbe en la que tanto y tan valioso podía contemplarse en
cualquiera de los sentidos a los que uno se refiriese.
Se pasaron más de tres horas dando vueltas
aquí y allá. Hablaron infructuosamente con todo el que les salió al paso
ofreciéndoles unos estímulos que ellos ya habían previsto y que se relacionaban,
por lo común, con el pasatiempo carnal previo pago de su importe, fuese con hombres,
mujeres e incluso jovencitos a estrenar de uno u otro sexo. También les
invitaron a formar parte de una timba de dados que admitía altas apuestas y
ganancia segura, situada en una sala de confianza en la que era imposible
perder a juicio del sujeto que aspiraba a enrolarles en la partida. Un sujeto
que resultó de lo más molesto y pegajoso, auténtico noctívago al decir de Yunán,
hasta que desapareció como por ensalmo en cuanto se oyó la llegada de la ronda
nocturna, con la que se cruzaron varias veces. Ronda a la que asimismo
interrogaron sin éxito y sobre la que podría certificarse que poseía la
facultad de dejar casi desiertas las calles por donde circulaba.