El texto corresponde al inicio del capítulo IX
La nave de cabotaje en la que viajaban Yunán,
Abdelaziz y Hamid llegó a su último destino: Alejandría, la bella. Una ciudad
que poseía más de un milenio de vida entre sus calles, desde aquel lejano año
en que el general Tolomeo decidió fundarla en honor de uno de los inmortales de
la Historia: Alejandro, llamado el Magno.
Yunán no pudo evitar emocionarse al volver a
Alejandría. Diez años atrás había acompañado a su padre en un viaje oficial,
cuando el ilustre Sufián hubo de imponer cierto orden en una administración
provincial que enviaba recursos muy escasos a Damasco. El joven jerife apenas
pudo ver nada en aquella ocasión, la celeridad con que su progenitor acometió
el encargo del califa, junto a sus escasos quince años de existencia, dedicados
casi todos al estudio, impidieron que se deleitarse con lo mucho que la urbe
tolemaica era capaz de ofrecer a un visitante acomodado.