VIENTO DE FURIOSO EMPUJE

VIENTO DE FURIOSO EMPUJE
Alegoría de la batalla de Guadalete, julio de 711 - Autor del lienzo: J. M. Espinosa

miércoles, 25 de julio de 2012

Alejandría


Representación del faro de Alejandría, construido en el siglo III a C. y derruido por un fuerte terremoto a principios del siglo XIV. Se cree que otro terremoto anterior dejó muy dañados sus cimientos e incluso se asegura que las excavaciones en su base, ordenadas en el siglo VIII por el califa al-Walid para tratar de localizar un supuesto tesoro, influyeron tanto o más que los movimientos sísmicos.

El texto corresponde al inicio del capítulo IX

   La nave de cabotaje en la que viajaban Yunán, Abdelaziz y Hamid llegó a su último destino: Alejandría, la bella. Una ciudad que poseía más de un milenio de vida entre sus calles, desde aquel lejano año en que el general Tolomeo decidió fundarla en honor de uno de los inmortales de la Historia: Alejandro, llamado el Magno.
   Yunán no pudo evitar emocionarse al volver a Alejandría. Diez años atrás había acompañado a su padre en un viaje oficial, cuando el ilustre Sufián hubo de imponer cierto orden en una administración provincial que enviaba recursos muy escasos a Damasco. El joven jerife apenas pudo ver nada en aquella ocasión, la celeridad con que su progenitor acometió el encargo del califa, junto a sus escasos quince años de existencia, dedicados casi todos al estudio, impidieron que se deleitarse con lo mucho que la urbe tolemaica era capaz de ofrecer a un visitante acomodado.

viernes, 6 de julio de 2012

Abdelaziz con sus hijos


Imagen moderna de un padre árabe con dos de sus hijos. La escena recuerda el reencuentro de Abdelaziz, uno de los protagonistas de la obra, con sus propios hijos, a los que no había podido ver desde hacía meses. Las edades de los tres personajes que aparecen en la escena son muy semejantes a las de los personajes de ficción. 


Los párrafos siguientes pertenecen al capítulo VIII de "Viento de furioso empuje"

   Sin separarse de Moisés, que aún permanecía asido con una mano a su ropaje, ben Musa se inclinó, abrió los brazos a los mellizos para acogerles y éstos se reunieron con el padre, quedando los cuatro fundidos en un abrazo entrañable.

   Yunán contemplaba la escena y se le partía el corazón. En apariencia, Abdelaziz idolatraba a sus hijos y aún quería a la madre, o al menos la respetaba con gran afecto. Ahora comprendía sus palabras cuando le habló de las contrariedades de ser el hijo de un personaje notable. En la situación de su amigo, el hecho de que su padre fuese el emir Musa suponía por fuerza algo más que contrariedad: amargura. Yunán concluyó con varias frases que venían rondando su mente desde hacía tiempo: