VIENTO DE FURIOSO EMPUJE

VIENTO DE FURIOSO EMPUJE
Alegoría de la batalla de Guadalete, julio de 711 - Autor del lienzo: J. M. Espinosa

domingo, 1 de abril de 2012

Yunán aguarda en el zoco la llegada de Abdelaziz


Hace más de un mes que ofrecí en mi blog el capítulo I de la novela. Aún sigue colgado aquí para los que me visiten por primera vez. Pues bien, a partir de hoy y durante un tiempo, quizá semanas, voy a ir insertando un par de párrafos destacados de cada capítulo. Son 44 los capítulos en que se divide "Viento de furioso empuje", de modo que hay de donde extraer material para que los visitantes de este blog se hagan una idea del texto que van a encontrarse si finalmente se deciden a adquirir la novela y, por supuesto, a leerla. Muchas gracias, amigos.

El texto que sigue a la imagen pertenece al Capítulo II, El oasis


Yunán aguarda en el zoco la llegada de Abdelaziz:
    Yunán alcanzó la entrada principal del zoco y se detuvo algún tiempo tratando de advertir la presencia de Abdelaziz. Paso a paso, inclinado a no internarse demasiado en el mare mágnum de tenderetes y baratillos, ganó terreno hacia el interior del mercado: Se sentía atraído por la tracamundana de una clientela que se movía en todas las direcciones y acarreaba los objetos más insólitos. Otro tanto podría decirse del sinnúmero de vendedores, ávidos de traficar con toda suerte de productos que pregonaban a voz en grito.
   Contagiado al fin de un ambiente donde al vocerío de quienes ofrecían lo más ventajoso, a precio inigualable, se sumaba el regateo no menos estridente de quienes pretendían dejar esos precios en un tercio de lo pedido, Yunán se entregó a la agitación vocinglera del lugar y se dedicó a exa­minar las novedades del bien surtido mercado de la capital omeya. No obstante, mantuvo un ojo más allá de su entorno por si veía a Abdelaziz.
   Cuando habían transcurrido unas dos horas de su llegada al mercado y Yunán comenzaba a estar harto de saludar conocidos, que se arrima­ban a él, sobre todo, para que terciase ante su padre. Cansado en igual medida de ingerir alguna que otra escudilla de alimentos guisados Dios sabe cómo, de presenciar competiciones de alquerque, de hojear libros que invariablemente, así eran pregonados, contenían todo el saber de este mundo, de esquivar azacanes que ofrecían la más fresca de las aguas, de rechazar no sin di­ficul­tad a una patulea de vendedo­res ambu­lan­tes de toda especie, entre los que se mezclaban limos­ne­ros de oficio y alcahuetes arrimadizos... Y justo en el instante, ya a las afueras del zoco, en que iniciaba una sarta de repro­ches hacia sí mismo por no haber con­cre­tado más la cita, Abdelaziz apareció a lomos de un magnífico caba­llo que manejaba con destreza mien­tras tiraba de las bridas de una segunda montura, también de buena planta, que le ofreció sonriente.

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